Bienvenidos: Revista La Urraka Internacional


Portada:
Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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sábado, 16 de noviembre de 2019

El cuento en La Urraka


Cena romántica

            Un, dos, un, dos, repetía en voz baja, temía ser escuchado. Cada vez que la veía pasar, la seguía al ritmo de sus caderas; esas curvas lo dejaban sin aliento y se contenía de hablarle porque sabía que el día ansiado llegaría.  Sus fantasías con esa mujer no tenían límite. Era extremadamente morboso, se lamía los labios y sostenía la respiración para ocultar las ganas que tenía de estar con ella.  Más que una cama, su sueño era poseerla sobre el comedor, olerla, saborearla, lamerla. Ansiaba tener a una mujer voluminosa de nalgas, y en ese pequeño barrio era la reina.  Ella sabía que la deseaba y cada vez que se encontraban lo miraba altiva, orgullosa, con ganas de que se lo pidiera a gritos, si era posible, que todos los vecinos, su esposo y sus hijos, se enteraran de que ella era una mujer deseada y hermosa. Pero su esposo estaba ocupado con otra mujer, y sus hijos, ni hablar, eran de paso.
            —Hola, mamá, chao, mamá, necesito dinero, me voy de excursión, nos vemos, mamá—. Estaba terriblemente sola, y por todo lo que le había sucedido con su familia sentía que se merecía que su vecino la deseara. A veces se reunía con sus amigas a hablar de fantasías sexuales y de cómo le gustaría que cualquier extraño la rescatara del tedio en el que estaba sumida y la hiciera vibrar de emoción. Una noche en que se sentía más sola que nunca, se fue al bar y observó a su vecino.
            Estaba sentado en la barra, se le acercó meneando sus caderas al ritmo de la música, coqueta, elegante y sin rubor, se sentó a su lado y pidió un whisky sin hielo, se llevó el vaso a los labios despacio, mirándolo fijamente a los ojos, pero él, impasible, se tomó de un sorbo un trago aún más fuerte. 
            Ella le preguntó decidida a que sucediera lo que tanto venía deseando.
            —¿Qué quieres conmigo?
            —¿Por qué lo dices?  —dijo él, sin dejar de mirarla.
            —No me lo niegues ahora, sé cómo me miras, eres mi vecino y no nos han presentado.
            —Quiero comerte —respondió el hombre, sin rodeos.
            —¿Comerte?  —exclamó ella decepcionada—. Qué palabra tan ordinaria, tan poco elegante para un caballero. De esa manera suena terrible, eso es de caníbales, “¿comerte?” —Ella reía sin parar y él la miraba sin inmutarse.
            —Sí, comerte —reafirmó él con plena convicción.
            —Pero comerse a una persona es de caníbales —increpó ella, ya más curiosa ante propuesta algo salida de lo común.
            —De cierto modo, todos los somos, si se trata de probar especialmente una parte de tu cuerpo —dijo él, con la misma seriedad.
            —¿Qué parte te gustaría probar? —respondió entonces ella, al fin convencida y excitada ante la idea que después de todo sabía interpretar de acuerdo con sus propios deseos.
            —Tus nalgas —dijo él, sin titubear. 
            —¿Solo eso?  —dijo ella, un tanto desanimada. Definitivamente ella no tenía mucha experiencia sexual a la hora de la verdad. Se había casado muy joven y el marido que le tocó nunca la ayudó a despertar.
            —Una cosa lleva a la otra ¿o no crees?  —agregó él, esperando una respuesta—. Vámonos...
            Entonces ella se levantó junto a él, bastante excitada, y salieron del bar en medio de la niebla espesa. 
            Al llegar a su casa, él destapó una botella de vino y brindaron. Ella se sentía feliz. Por fin ese hombre se había decidido, ya que los otros sólo la miraban sin atreverse a acercarse ni a un metro por culpa del marido que tenía. Por fin sexo loco, pensó, la iba a hacer una mujer viva, realizada sexualmente. Tendría que contarles a sus amigas en la próxima reunión. Las fantasías iban y venían, mientras él, sin besarla, le palpaba las caderas con las dos manos. Las arañaba suave, fuerte. Las tocaba como si fueran teclas de piano. Jugaba con ellas sin querer tocar nada más.
            Ella se sentía en las nubes, volaba como nunca había volado en su vida, miró la mesa que casi de inmediato él preparó en minutos como para esa íntima: especias, velas prendidas, pétalos de rosa esparcidas, vino tinto y otras sorpresas...Pensó en todo lo que iba a sentir, en que la haría subir al cielo y luego...qué importaría volver al infierno de su hogar. Mientras estuviera allí aprovecharía cada segundo. Él, con torpeza, la montó sobre la mesa y le rasgó la ropa, le dio la vuelta para detenerse en sus nalgas, esas nalgas que tanto ansiaba. Ella estaba dispuesta a seguir sus fantasías, las mismas que definitivamente parecía iba a disfrutar también como nunca. Sintió correr el vino por su espalda, sintió cuando sorbía despacio, bajando y subiendo con la lengua sin parar, hasta secarla. Era un hombre de buen gusto, pensó ella. Sintió cuando comenzó a morder sus nalgas, primero una y luego otra con suavidad...y luego, sin aviso, el intensísimo dolor que la hizo saltar gritando mientras el hombre rebanaba rápido un pedazo grande de la derecha, como tanto había deseado. Perdió el sentido, nunca se dio cuenta de que realmente él se la estaba comiendo, primero saboreándola como siempre soñó. 

Escritora y poeta IRENE ÁNGEL (Envigado, Colombia)

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