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domingo, 3 de diciembre de 2017

Érase un páramo... era nuestro páramo

ÉRASE UN PÁRAMO… ERA NUESTRO PÁRAMO
Mirada oblicua al Páramo de Guerrero… y Páramo de Santurbán

Por: Jesús María Stapper

El páramo  trasiega raudo por una trocha que lo lleva a la extinción y no es una falsa alarma. El Planeta Tierra anda en la misma situación: está que perece por causa de “un vuelco inusitado”. El derrumbe ocurre hacia su propio vientre. El gran terremoto (juicio final dicen algunos) no emerge ardiendo en lava (como es su costumbre), la hecatombe va senda adentro derritiendo piedras y silencios. La tierra tiene maltrecha la carretera de su tiempo correspondiente… algo ha acortado su destino, nos lo dice con sus alaridos que matan de espanto y con las profecías esparcidas a la vera de los siglos. Apenas en estos momentos el hombre enciende los primeros atisbos de preocupación. Apenas entiende que ha trepanado el corazón de nuestro planeta extrayéndole la vida. En la vigilia tardía entendemos un poco la profundidad de los abismos y lo cruento de las consecuencias.

El páramo (de antes) se alimentaba de plantas. Los frailejones eran a su piel como un manto nuevo repleto de venas transparentes que conducían fragmentos de vida. Cada sauce tenía su propia habitación. Las raíces enseñaban sus destinos de imborrable rastro y atestiguaban el eco de su memoria infinita. Las aguas nacientes lavaban su rostro frío y sus pies espaciales. Los vuelos de los cóndores daban tibieza a su piel de arcilla y extendían manantiales de polen por entre los vericuetos de sus montañas. Los colibríes venidos de “otros mundos” lo alimentaban con el maná traído en sus picos llenos de virtud. El tiempo andariego descansaba recostado sobre las boinas de nieve… allí mismo calmaba el furor de su sed transitoria: bebía de los sorbos generosos de las neblinas vespertinas.  Los antiguos nevados iluminaban las galaxias distantes. Era cuando el páramo aún tenía juventud y deseos de vivir… y su cuerpo no sangraba contaminado por sus arterias abiertas.

El páramo de hoy perece entre los  vacíos desesperados de su propia carroña… así siente, herido de muerte, que es un erial maldito. Desconoce su agua que fue de cristal… desconoce el golpear musical de las viejas cascadas. El páramo de mañana será un espacio inútil si sabe que a partir de ahora nada ofrenda. No tendrá alientos para valerse por sí mismo. Sólo servirá de moridero en su terreno agonizante. Luego tiene motivos suficientes para perecer a prisa. El único culpable de su fallecimiento eterno, sin duda es el hombre, el excelente depredador, el perfecto destructor. Es un ser que depreda (sin necesidad) con sevicia, sin contemplaciones austeras. Es un ser “racional” que no entiende de cuestiones efímeras.

No es un páramo en particular (éste de mi narración), aunque menciono nuestro Páramo de Guerrero, aunque menciono nuestro Páramo de Santurbán, del nororiente colombiano, allá en la tierra donde nacimos y donde en las mañanas “sufrimos” los golpes espesos de las  nubes cuando andaban en ágil marcha para no llegar tarde  a sus destinos previstos con los ocasos como tarea, ni a los romances presentidos por el ensueño sideral  desde las inmemoriales épocas. Son todos los páramos… es toda la tierra. A los páramos le sonsacan (a ultranza) todo lo que llevan guardado dentro. Incluso lo que nos es inútil. Incluso lo que nos extermina a pasos agigantados. La vida por unos recursos no renovables. La vida por una pepita de oro que lucirá un cuello ordinario. La vida por unos cuántos pesos (dólares, euros, qué sé ‘yo’…). Destruir incluso una nación por una botella de petróleo (oro negro le dicen). Vivir una mortandad de seres humanos por el brillo de una esmeralda escondida en un nicho resplandeciente. Extraer uranio (fuente de material fisil para las armas nucleares) como un “elemento” compañero de todos nosotros que solamente destruye nuestro riñón, nuestro cerebro, nuestro hígado, nuestro corazón. Oh… cómo no recordar lo sucedido en Rumania el 30 de enero de 2000 cuando 100.00 metros3 (cúbicos) de aguas (residuales) contaminados con metales pesados inundaron el río Tisza con 120 toneladas de cianuro. Muchas extensiones de tierra de páramo se cubren de toneladas de mercurio caminante y mortífero.  De todas maneras la explotación minera en los páramos (y todos los lugares) es continua porque se aprueba a “pupitraso limpio” o en acción furtiva  por los gobiernos non sancto-s a “cambio de nada”. Las grandes y medianas y pequeñas “compañías del oro” explotan donde quieren… es decir, explotan “su antojo”  y su ambición a todo dar. Por cada onza de oro explotada se requieren quinientos litros de cianuro (o mercurio) que va (por toneladas) a lagunas, ríos, quebradas y arroyos. ¡Es toda una hazaña… una miserable hazaña! 

La pregunta sacramental es: ¿quiénes se benefician con la destrucción de los páramos (y la tierra) a cambio de la explotación minera? ¿Quiénes se apropian de tal riqueza? ¿Cuál es el destino de algunos de los “elementos” explotados, acaso la construcción de arsenales? Me da vergüenza mencionar Goldcorp, Newmont Minig Corporation, Barrick Gold (grandes compañías del oro) porque puedo herir susceptibilidades, las de ellos {los dueños: grandes y nobles sibaritas} claro está. Para nosotros los hombres humildes morir por estas ‘causas contaminantes’ y por armamento asesino es una costumbre de vieja data… resignación pura nuestra y de nuestras subyugadas naciones: las balas y las bombas incrustadas en nuestros cuerpos nos redimen, nos salvan de padecer la vida,  según algunos predicadores. En sano juicio no podemos “sindicar” de culpable a nadie por unos cuántos millones de muertos más. Los pobres sobreabundan… eh ahí el servicio productivo de los misiles. Por otra parte me dicen que existen los “señores de la guerra”, mafiosos traficantes de armas y oro y coltán y piedras preciosas.  Son hombres de toda calaña y toda índole (les dicen), pero ‘yo’ todavía considero que ello es un infame chisme. A veces, de verdad, lo creen a uno un perfecto ignorante y por poco se deja convencer cuando de sembrar calumnias en nuestra inteligencia se trata. 

Y pensar que lo bueno y lo malo nos lo da con tanta generosidad la tierra. No obstante creo, con cierta ingenuidad, que un río de aguas cristalinas y puras vale más que todo el oro. Ni qué decir del valor (sin precio embasado) de una laguna,  una ciénaga,  un mar…un océano. Ni qué decir de una arboleda fresca atiborrada de sauces y nogales que nos arropa con su sombra y su melodía eólica. Y la fauna de tierra fría (paramera para nosotros),  animales de pelo largo como cobijas ambulantes ¿dónde habitará después?  El páramo y el agua desaparecen a la par como si estuvieran atados de pies y manos y su ombligo fuera uno sólo.

Noticias, hechos y evidencias hay, que la explotación minera (de oro) en el Páramo de Santurbán ha causado la muerte de miles de peces en el río que atraviesa al Municipio de Salazar de las Palmas en el Departamento  Norte de Santander. Otros ríos y arroyos sufren las mismas consecuencias. Ayer fue la flora, hoy es la fauna, después será la gente (gente de mi tierra nortesantandereana). Salvemos de “estos avatares” al Páramo de Guerrero del Municipio de Cáchira. Salvemos los páramos que en el mundo aún nos quedan, aunque moribundos están. La esperanza no está perdida. No pensemos en vivir después con un “gran cargo de conciencia” como si fuera un estigma malvado que no nos permitiera vivir: Erase un páramo… era nuestro páramo. Sabemos que la resurrección todavía puede llegar. Salvemos los páramos… salvemos al hombre.

La humanidad contemporánea todo lo vende, todo lo compra. Vende guerras, compra guerras. Dispara armas, regala muertos. Luego dinero hay hasta para adquirir y hacer con apremio lo que no necesitamos… acreditada ostentación. Los países poderosos y las grandes multinacionales saben que las guerras del futuro tendrán un motivo de fixture para iniciar las confrontaciones bélicas de exterminio total. Se trata del precioso líquido: el agua. Es verdad, el agua escasea. Encontrarnos mañana con ella será un milagro. No ignoramos que el agua nace en los páramos. Sabemos que las vertientes hídricas están arropadas de nubes y plantas endémicas. Salvando los páramos salvamos las aguas. Gobiernos imperiales (grandes potencias que llaman los genuflexos) y multinacionales se unen para consolidar un firme propósito. Compran páramos, compran  cuencas hidrográficas, compran los nacimientos de agua. Hoy compran los terrenos a precio de pescado podrido… tan barato como pueden. Así lo intentaron con las Cataratas  de Iguazú. Mañana, es decir más pronto de lo que pensamos, no nos alcanzará un lingote de oro para comprarles a ellos (los nuevos dueños), un vaso de agua, el agua que por antonomasia y por generosidad de la tierra es nuestra. Veremos el agua pero no podremos tocarla… ya no será una propiedad de la humanidad sino de unos cuantos. El mayor poder sobre la tierra lo tendrá quien tenga más agua potable (y de las otras aguas).

Para empezar a salvar nuestros páramos nos toca aplicar políticas conscientes. Las obligaciones son gubernamentales, inter-institucionales y comunitarias. Los gobiernos nacionales, como un patrimonio que no se enajena ni prescribe, como un beneficio pleno para la gente de su nación (cada nación debe hacerlo) debe comprar todo terreno aledaño al agua, hablo de los nacimientos,  ríos, quebradas, caños, arroyos, lagunas, lagos y demás, por lo menos a doscientos o trescientos metros del área circundante. Los ríos requieren áreas específicas de protección. Tareas medio-ambientales de acción continúa se deben desarrollar. Colombia tiene fortalezas hídricas que por obligación debemos cuidar. Es una de nuestras grandes riquezas. Colombia debe cuidar sus aguas para la manutención y la vida de los colombianos. Así todos los países deben hacer lo mismo, no como una cuestión de prepotencia y abrumador comercio, sino como un “instinto” de supervivencia humana. Los invito a salvar de la explotación minera (en específico del oro) al Páramo de Santurbán y por qué no, a cuidar el Páramo de Guerrero, sombrero frío del Municipio de Cáchira donde nací. En la mirada oblicua que hago sobre estos dos páramos que me conciernen, concluyo que prefiero decir: ¡Son unos páramos… son nuestros páramos! Y están vivos.

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