SOTO
APARICIO O LA REBELIÓN LITERARIA
Por: Fernando Cely
Herrán
Director “Corporación
Artística y Literaria ESCAFANDRA”
Bogotá D.C. Enero
de 2012
Este mundo parece marchar hacia su desintegración, mientras la vida nos observa con los ojos abiertos, hambrientos de tanta humanidad...
Ernesto Sábato
Ernesto Sábato
Difícil tarea para un humilde discípulo referirse a la
monumental obra de su maestro, sobre todo, sin poder evitar mezclar esa
armonía, que gracias al albur, nos cruzó en un camino, que me conduce a proyectarlo más allá de sus obras.
Nuestra relación nació hace unos 25 años en uno de los
innumerables encuentros de escritores que hemos compartido; amistad matizada con versos, anécdotas, travesuras y
repentismos. Pero quizás las oportunidades de explorar a fondo su mente y
corazón de magno creador, se dieron de mejor manera cuando dictamos Talleres de
Creación Literaria para estudiantes de la Escuela Superior de Administración
Pública (ESAP), pues nos encontrábamos con frecuencia para ocuparnos de la planeación de los mismos y siempre unos
minutos antes de iniciar labores para degustar un café y compartir inquietudes,
y también cuando asistimos acompañados por los poetas Fernando Vargas Valencia,
Álvaro Marín y Darién Giraldo como representantes de Colombia, al Primer Encuentro Latinoamericano de Poesía
en el Puerto de Veracruz (México) en Junio de 2010. Allí, después de
cumplir las rigurosas jornadas académicas, solíamos dedicarnos a caminar largas
horas, haciendo paradas en sitios de interés e hidratar las palabras con
Tequilas aderezados con toda clase de acompañamientos gastronómicos y
artísticos.
En esos inolvidable periplos, de manera involuntaria
resulté entrevistando a mi Maestro sobre todos aquellos aspectos que conforman
la creación literaria: cómo nacían sus personajes, la forma de tejer cuidadosamente las tramas de sus
libros, la manera como relacionaba de
manera coherente la realidad con la imaginación, los factores que influían para
mostrar realidades sociales sin caer en el exceso. Recibí de todas aquellas
sabias disertaciones, un bagaje espléndido de conocimientos, pero ante todo,
pude acercarme de manera especial a las novelas y libros de poemas que en
tantas oportunidades trabajé en las aulas de clase y a los que él suele
entregarme con afecto para compartir sus caminos.
Llegan a miles los estudios, las tesis de grado y las
referencias que en medios virtuales se ocupan de su extensa obra. De igual
manera los reconocimientos de academias, universidades, centros educativos y
entes gubernamentales. A pesar de
acercarse a los 80 años de edad, es evidente su energía y su inagotable
talento. Recorre como cualquier veinteañero poblaciones, veredas y ciudades,
dejando a su paso una estela de sencillez y sabiduría que le hace merecedor del
sincero afecto de quienes tenemos el privilegio de frecuentarlo. Firma
autógrafos, posa sonriente para las fotografías de quienes quieren perdurar el
recuerdo de haber compartido con él, y hace honor al ingenio de sus ancestros
boyacenses al desplegar su permanente buen humor y una “chispa” prodigiosa. Sin
embargo, tengo la certeza de que al no enrolarse voluntariamente con las
consabidas roscas intelectuales y
académicas, conservando cristalina independencia, su trasegar no ha alcanzado
la dimensión que merece. Poco importa, pues su vida es testimonio de rectitud y
su obra, patrimonio indiscutible de nuestro transcurrir histórico. Como todo
buen creador, sabe que serán los pueblos y la historia quienes realicen en su
momento la valoración de su inmenso legado.
Pretendo entonces compartir algunas reflexiones, tratando
de concentrarme en el mero aspecto del fenómeno de la creación y de los aportes
del Maestro al panorama de las letras colombianas.
Soto Aparicio son sus libros, sus personajes sencillos,
desgarrados, amorosos, expectantes, intrépidos: una amalgama de profundos
sentimientos que se pasean por las páginas
de sus historias sin final, porque cada una, nos deja el patrimonio de
la reflexión, la invitación a encarnar a esos seres que entre líneas parecen tan
cercanos que se convierten en nosotros mismos. Cada obra de Soto Aparicio se torna en una saeta
que penetra en las retinas y llega al corazón para conmoverlo y transformarlo. Cada nuevo libro
de Fernando Soto es un Soto distinto, no suele repetirse ni desgastarse en
perfiles, sino que irrumpe con tenacidad en la configuración de tramas que
envuelven en esa telaraña extraña que atrapa y forma al público lector.
Soto es el niño, el hombre, la mujer, el paisaje, la voz
del oprimido que conserva ideales, el poeta que canta al futuro, voz de América
ignorada por los opresores y amada por su pueblo que lo sabe y reconoce como su
hermano. Soto Aparicio es padre, hermano, hijo, compañero, consejero ante la
acritud, mediador ante la aspereza, canto e ingenio para la sonrisa.
Innumerables resultan los análisis de su prolífica obra,
trascendida principalmente en el exterior, donde goza de la reputación y el
reconocimiento que muchos de sus compatriotas voluntariamente han ignorado,
pues en una nación en que sus gobernantes conducen a la eterna guerra, nunca
tendrán cabida las voces indignadas, ni las propuestas de paz en la voz de un
cantor enamorado de su tierra, de sus gentes, de la viabilidad de la esperanza.
Es por eso que en sus publicaciones encontramos de
principio a fin, el único factor común que se percibe en su extensísima obra,
que es el particular estilo, donde el lenguaje poético es la savia que engalana
los recovecos de la mente y el corazón del hombre: lo esotérico y lo sempiterno
se entrelazan en un diálogo que perturba la esencia y nos coloca en el
interludio entre la vida y la muerte. Es el amor que sin contornos, conduce a
la expiación, a la liberación de los entornos físicos, para adentrase en
procesos de inmolación como supremo dogma de amor, como sublimizada entrega.
Acertadas descripciones vienen y van párrafo a párrafo en
sus libros, enlazando sus partes: unas detenidas en el escenario físico y en el
entorno de esos seres contagiados de amor, otras fluyendo, como inmenso río en
la espesura de la mente, otras sangrando desde el corazón en la búsqueda de los
seres amados que al partir, nos legaron dolores y abandono.
Su obra abarca temáticas en lo cotidiano, pero que son
mostradas tramo a tramo, con el encanto sutil de unas prosa fluida inundada de
imágenes, trasladándonos a los terrenos propios del recuerdo, la evocación y la
añoranza, invitando a asumir posturas en el contexto social, religioso y
político, dentro de un ejercicio escritural que nos relega de la indiferencia y
que seguramente será asumido por las nuevas generaciones como punto de partida,
en la maravillosa experiencia de explorar raíces e identidad, menoscabadas
inclementemente por procesos de globalización que pretenden dejarnos sin
historia. De esta manera Soto Aparicio aporta a la humanidad
la magia de su cosmovisión amorosa. No habla aquí el hombre, sino el corazón de
quien se inmola en el ejercicio de proponernos nuevos y posibles universos.
Al explorar la narrativa y la poesía de Soto
Aparicio, es fácil vislumbrar que en nuestra patria la palabra ha perdido su sentido
conciliador. Nos estamos matando unos a otros mientras que los vocablos esperan
se les conceda turno para tratar de abrir entendimientos y por supuesto voluntades.
Hemos
perdido la virtud de escuchar y la hemos remplazado por el estruendoso grito
del horror y el eco del lamento. Vamos irremediablemente a la nueva
construcción de la torre de babel, no
porque hablemos diferentes idiomas, sino
porque el que hablamos no nos es suficiente para alejarnos de la belicosidad y
de la arrogancia La palabra debe
acarrear un compromiso. La vida está
ligada a ella con un mágico cordón umbilical que conduce a la bella proyección de la existencia.
Curiosamente
el habernos convertido en uno de los territorios más violentos del mundo, nos
ha permitido buscar en las diferentes expresiones del arte un acercamiento
hacia nosotros mismos y a nuestras verdaderas raíces. Y ese es precisamente el
sentido y legado que encontramos en las diversas obras de Soto Aparicio. Existe cierta virtud en evocar; sano es hacerlo si
los recuerdos resultan gratos, y masoquista si recordar produce incertidumbre.
Bien
afirmaba Borges: “aquel que juega con las
palabras está jugando con el universo”
revelando intencionalmente, que el mundo concreto es aquel que está
escrito y que ese testimonio es la única forma de rencontrarnos con el origen y
el pensamiento de los pueblos.
Al leer y
asumir la obra de Soto Aparicio, comprendemos con profunda nostalgia, que nos
rodea un entorno con el que somos demasiado escépticos. Cada palabra cuidadosamente
escrita nos trasciende a querer formar parte de
la nueva historia y a discernir, que aunque queramos ignorarlo, el
futuro de este país está columpiándose en los parques que soportan la asfixia
del cemento, está en las aulas de escuelas y colegios recreada con pilatunas,
sonrisas y ocurrencias, está en miles de semáforos disfrazada de frunas,
mangos, malabaristas y trapillos para limpiar parabrisas, está en los ojos que
injustamente crecen entre el desarrollo tecnológico y la barbarie.... Y en esa
historia nueva, emerge la palabra como
mástil mayor del navío de los sueños, dispuesta a embellecer lo perpetuable, a
permitirnos amar la plenitud del sol, la caricia del agua y el arrullo del
viento. Solamente valorando el legado de todo lo positivo que construyeron las
anteriores generaciones y juzgando sus desaciertos, escribiremos las nuevas
páginas que revindiquen nuestra historia.
A
diario muchas voces claman por una sociedad justa, en que la prioridad sea el hombre.
Soto Aparicio va más allá: diseñó una cátedra universitaria que dicta desde
hace varios años, en la que propone metodologías para mejorar el mundo y
alcanzar la felicidad, convencido de que aunque a diario se escriban tratados y
se paguen millonarios estudios, niños, jóvenes y ancianos no encuentran el
hábitat que les permita la sana convivencia. Nunca es tarde para remediar tanta
desidia y en ese sentido las propuestas literarias se convierten en importante alternativa.
Sabe
Soto Aparicio que es difícil educar en un ambiente adverso: en el aula se
infunden valores que se contradicen desde el momento mismo en que se abre la
puerta para el retorno a los hogares. Los estudiantes que horas antes rindieron
homenaje a su bandera y escucharon reflexiones sobre cómo
mejorar el entorno, son víctimas de la violencia familiar, receptores de
noticieros escalofriantes que informan de nuestras eternas guerras, testigos
mudos de una sociedad que se debate entre la corrupción y el delito.
Por
eso las obras de Soto Aparicio se construyen desde el corazón, desde la
pertenencia, desde la primera vocal. Por eso su trabajo debe valorarse y
considerarse como piedra angular de una sociedad que merece y requiere
transformarse.
Soto
Aparicio me hace recordar los importantes fundamentos de Bachelard, cuando nos
conduce al mundo esquemático que nos ha sido entregado; mundo que se diluye
ante el influjo del mundo constructor de universos paralelos, rompiendo los
linderos del tiempo para entregarse a la contemplación. En apariencia se trata
de abandonar los paradigmas cotidianos del lenguaje para moldearlo de forma aún
más estética y enriquecerlo con artificios y adornos insondables. De lo que se
trata es de reconstruir el mundo y entregarlo en obra gris para que los demás ayuden a transformarlo. El asunto es
dimensionar una dialéctica de los sentidos: plasmar lo humano y lo inhumano,
convertir los sentidos en metáforas, para partir de las vivencias íntimas.
La
creación no intenta tomarse atribuciones frente al lenguaje: lo muta con
ingenuidad, dando la libertad de acoger o no las nuevas propuestas
interpretativas, de atender sus símbolos y equivalencias, de desbordar los
valores socialmente predeterminados, de utilizar estrategias que conduzcan a la intuición, a la magia sagrada de la
palabra. Desde esa perspectiva, nuestro Maestro es un creador de imágenes y
cómo no serlo si gran parte de su producción la ha desarrollado como libretista
de televisión y cuando varias de sus obras han alcanzado la pantalla. Cada
imagen reflejada por un creador, es fulgurante acontecer, simplicidad y
armonía. Conjunto de laberintos que confluyen en verdadera razón de la
existencia.
Los Libros de Soto Aparicio libro
han sido escritos por un niño desprevenido y limpio; ratifican la
belleza que adquieren las palabras que invitan a la gran fiesta, donde los
convocados somos todos, para vivirla en
la ternura familiar, en la dedicación paciente y amorosa en las aulas de clase
y en el vuelo de los sueños. Hace siempre la corte en este ágape, el amor, soberano
de la tierra.
Salvar
al género humano parece utopía, pero no
lo es. Cuando logremos equilibrio entre lo que se enseña y lo que se vive,
cuando estemos en capacidad de salvaguardar la integridad y el bienestar de
todos los que pretendemos un mejor mañana, podremos establecer la coherencia:
un planeta vivible en donde cada habitante se levante cada mañana, sabiendo que
será útil a los suyos y a su comunidad, con seres cuyos actos se transformen en
pan y sus ideales en realizaciones, para frenar la apocalipsis del progreso
desdibujado.
La pedagogía no sería más que otra palabra si no
estuviera acompañada de procesos profundamente humanos en donde se demuestre,
sin temor, que la inspiración requiere de corazones dispuestos al diario
trasegar, en el que no puede ni debe faltar la ensoñación. Estas razones
validan ampliamente un propósito: que el gran legado de las obras de Soto
Aparicio sea asumido en hogares y escuelas de Colombia y del mundo.
Soto Aparicio nos permite continuar siendo niños, pues en
cada producción nos devuelve la fe en un país y en un mundo que en ocasiones
parece perder el rumbo de la esperanza. Basta acompañar un poco sus espacios
para ratificar que se trata de un ser singular que aún se asombra, y nos
asombra.
Soto Aparicio es siempre renovación y novedad, al
irrumpir con una desbordante actividad creadora que arrastra a rencontrarse con
visiones que de otra forma le han sido reveladas al hombre desde su genética
ancestral, con el mismo afán de descifrar enigmas que nos salvan o condenan.
Suele sumergirnos en terrenos que nos conducen a la libertad y a la
interpretación de un mundo que culturalmente nos inhibe. Por eso tiene la
virtud de abordar toda clase de temáticas, pasando por la cercanía a los
secretos recónditos del corazón humano y llegando a la exploración de una
sociedad degradada que merece reflexión y rescate.
Pocos
seres han dedicado la vida entera al ejercicio constante y acertado de la
escritura, pues decidió el Maestro no optar por otra escuela que no fuera su
devoción por la creación literaria, recogiendo en cada palabra los dictados de
su noble conciencia y dando coherencia a su forma de vida, con la producción de
su prolífica obra.
Soto
Aparicio reconstruye paso a paso nuestra memoria continental; acercarnos a su obra,
y hermanarnos con la grandeza de su espíritu, nos exhorta a seguir amando la
lectura, a comprender ese destino común que se teje entre seres humanos,
estrellas e infinito.
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