LA VENTANA
Por Javier Marrugo Vargas
Pasado algún tiempo uno tiene que quitarse ciertas cosas de encima como ropa vieja; algunas creencias, algunas verdades que ya no lo son tanto. Pasado un tiempo de la vida, uno se asoma a la ventana como a un espejo, y se ve así mismo cruzando la calle, cargando el lastre, viejas rencillas del alma.
Uno se mira así mismo un poco viejo, cansado, menos fogoso, desnudo de ideologías, que en el pasado nos hubieran podido costar la existencia. A propósito recordamos, algunos amigos que ya no están. Unos perdidos con todo y tumbas. Otros en países prestados. Los últimos a veces vuelven, pero les perdemos de nuevo el rastro. Los primeros con sus voces cantarinas permanecen inmortales en nuestro corazón.
Sin la convicción en la creencia que éramos esenciales para la trasformación del mundo, ahora más humanos, ya sin la necesidad de una máscara, sin la obligación de convencer a alguien de nada. Soberanos absolutos en la derrota. Solo nos queda rescatar la esencia de los sueños y en silencio, sobre todo en silencio, como el gran felino de la vida proseguir la tarea sin antifaz y sin segundas intenciones.
Uno se da cuenta que la vida se ha consumido, que el futuro ya pasó. Ahora la cuenta de los días son el saldo de un cúmulo de recuerdos estériles, chatarra del tiempo ido. Amores perdidos sin remedio, esquinas y barrios olvidados. Todo por lo que luchamos carece hoy por completo de sentido. Y llegan a la memoria los dolores de inútiles sacrificios.
Uno se asoma a la venta, y ve que algunos compinches, cambiaron de divisa, cambiaron de equipo, cambiaron de ruta y avanzaron. Se mudaron de historia, de baile, de amores, de país, y tampoco volvieron, por eso nos sentimos más tristes y más solos.
Nos quedamos en la calle, aspirando el perfume de los almendros. Empapados con la nostalgia de la lluvia, inventando empresas, insistiendo en la lucha por sobrevivir. Pero se nos vinieron los años encima sin darnos cuenta, como un río que arrasa con todo, y ahora luego que la creciente de los buenos tiempos pasó: las risas, las fiestas, aquellos amores que celebramos de corazón abierto y que también partieron. Ahora que para la sociedad no somos un peligro, nos volvemos otra vez a la ventana a vernos pasear el desencanto.
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