Dos
ríos, dos árboles
Las
aguas de un rio se deslizan al ritmo de la cuesta de su cauce, resbalan veloz
desde lo alto de una montaña, recorren valles, sabanas y el pie de monte. En
este recorrido muchos de ellos se juntan con otros de igual, menor o mayor
caudal y, aunque se encuentren en algún punto del recorrido y, sus aguas se
junten y se mezclen en momentos, cada uno marchará al ritmo que le marque la pendiente de su camino.
La
magia de dos aguas que se encuentran; solo es obra total de una naturaleza que
construye lo que los hombres no podemos ni pensar, aunque muchas veces
pretendamos adueñarnos de todo.
He
tenido el privilegio de tocar con mis manos, navegando en peñero en el Estado
Bolívar el encuentro del Orinoco y el Caroní, nuestros ríos más emblemáticos.
He sentido entre mis dedos sus aguas, he visto como convergen sin intentar
cambiar uno las virtudes del otro y, aunque comparten un trecho en su recorrido
hasta el delta, cada uno lo hace a su ritmo, conservando las virtudes íntegras
uno del otro. Se puede observar una línea divisoria entre ambos y, el color
inalterable de cada uno de ellos. El Orinoco con su color del café con leche y,
el Caroní con su hermoso color del Té.
Así
como dos ríos pueden encontrarse y compartir su recorrido, su murmullo y sobre
todas las cosas, respetarse. Esto indudablemente contiene en esencia las
sinergias de la vida, esas que nadie puede cambiar a su antojo porque si.
Lo
mismo ocurre con dos árboles que crecen muy cercanos. Uno no pretende ser más
frondoso que el otro, ni que sus raíces alcancen más terreno. Cada uno de ellos
cumple su misión según su desarrollo, su forma y sus características propias de
un árbol.
Tanto
los arboles como los ríos no pueden gritarse unos a otros, reclamarse,
insultarse y tratar uno aplastar al otro, conquistar todo el espacio para sí y
evitar la coexistencia del otro como si
cada uno lo mereciera más.
Muchas
veces seria más provechoso si algunas personas de gran egoísmo e intolerancia
fueran arboles o ríos. Para evitar la falta de respeto y el cuestionamiento del
otro como si se tratara de un ser urticante venido de otra galaxia a invadir
nuestros espacios pasando por encima de todo.
Hoy
la frontera colombo-venezolana se ha convertido en un lugar oscuro e inhumano,
lleno de culpas y faltas al respeto del prójimo, gritos altaneros y groseros
que imponen responsabilidades, tratando de forma excluyente a los verdaderos protagonistas
de este conflicto vergonzoso cuya responsabilidad recae de forma directa sobre
nuestros gobiernos ineficaces, eximiendo por completo a la gente que nunca se
le ha dicho de manera formal cuales son las reglas en los límites de nuestra
nación.
Hoy
todos los venezolanos comprendemos de primera mano que nuestra historia y
cultura son como ríos que convergen es esos más de dos mil kilómetros que
compartimos, que somos dos árboles que han crecido juntos uno al lado del otro.
No
existe cuestionamiento alguno que pueda justificar el atropello y falta de
respeto hacia nuestros iguales, haciendo gala de una soberbia que se paga en
los andares del tiempo. Golpeando contra un muro todos eso largos lustros que
nos han unido desde hace mucho.
No
es justo que energías oscuras empañen tanto tiempo compartido. Que una banda de
indeseables manejen una situación con la maldad como bandera y la
irresponsabilidad como punto de apoyo.
Hoy
los ojos tristes de los niños colombianos de nuestra frontera son los ojos de
mis hijos cuando sufren y, el dolor de esa gente maltratada por la dictadura de
mi país es mi dolor, hoy he calzado sus zapatos.
Sé
que este momento puntual será solo un mal recuerdo en la historia de nuestro
pasado, una roca filosa que desvía por un momento dos ríos que se juntan y, no
será impedimento para que la fuerza del cauce vaya directo al delta y
finalmente al mar, donde las aguas se vuelven eternas.
Será
una cerca que se pudre entre dos árboles que crecieron juntos, que siguen
pintando sus hojas de verde en la primavera, compartiendo hermosos otoños y,
seguirán cada día alzando sus ramas al cielo, abrazando al viento en un baile
eterno. Sabiendo que cada uno tiene su espacio en la existencia presente y el
tiempo infinito.
Escritor y poeta Eduardo Sermendo (Caracas
–Venezuela)
No hay comentarios:
Publicar un comentario