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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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lunes, 7 de septiembre de 2015

De Venezuela nos visitan a propósito del problema de fronteras


Dos ríos, dos árboles

Las aguas de un rio se deslizan al ritmo de la cuesta de su cauce, resbalan veloz desde lo alto de una montaña, recorren valles, sabanas y el pie de monte. En este recorrido muchos de ellos se juntan con otros de igual, menor o mayor caudal y, aunque se encuentren en algún punto del recorrido y, sus aguas se junten y se mezclen en momentos, cada uno marchará al ritmo que le marque la pendiente de su camino.

La magia de dos aguas que se encuentran; solo es obra total de una naturaleza que construye lo que los hombres no podemos ni pensar, aunque muchas veces pretendamos adueñarnos de todo.

He tenido el privilegio de tocar con mis manos, navegando en peñero en el Estado Bolívar el encuentro del Orinoco y el Caroní, nuestros ríos más emblemáticos. He sentido entre mis dedos sus aguas, he visto como convergen sin intentar cambiar uno las virtudes del otro y, aunque comparten un trecho en su recorrido hasta el delta, cada uno lo hace a su ritmo, conservando las virtudes íntegras uno del otro. Se puede observar una línea divisoria entre ambos y, el color inalterable de cada uno de ellos. El Orinoco con su color del café con leche y, el Caroní con su hermoso color del Té.

Así como dos ríos pueden encontrarse y compartir su recorrido, su murmullo y sobre todas las cosas, respetarse. Esto indudablemente contiene en esencia las sinergias de la vida, esas que nadie puede cambiar a su antojo porque si.

Lo mismo ocurre con dos árboles que crecen muy cercanos. Uno no pretende ser más frondoso que el otro, ni que sus raíces alcancen más terreno. Cada uno de ellos cumple su misión según su desarrollo, su forma y sus características propias de un árbol.

Tanto los arboles como los ríos no pueden gritarse unos a otros, reclamarse, insultarse y tratar uno aplastar al otro, conquistar todo el espacio para sí y evitar la coexistencia  del otro como si cada uno lo mereciera más.

Muchas veces seria más provechoso si algunas personas de gran egoísmo e intolerancia fueran arboles o ríos. Para evitar la falta de respeto y el cuestionamiento del otro como si se tratara de un ser urticante venido de otra galaxia a invadir nuestros espacios pasando por encima de todo.

Hoy la frontera colombo-venezolana se ha convertido en un lugar oscuro e inhumano, lleno de culpas y faltas al respeto del prójimo, gritos altaneros y groseros que imponen responsabilidades, tratando de forma excluyente a los verdaderos protagonistas de este conflicto vergonzoso cuya responsabilidad recae de forma directa sobre nuestros gobiernos ineficaces, eximiendo por completo a la gente que nunca se le ha dicho de manera formal cuales son las reglas en los límites de nuestra nación.

Hoy todos los venezolanos comprendemos de primera mano que nuestra historia y cultura son como ríos que convergen es esos más de dos mil kilómetros que compartimos, que somos dos árboles que han crecido juntos uno al lado del otro.

No existe cuestionamiento alguno que pueda justificar el atropello y falta de respeto hacia nuestros iguales, haciendo gala de una soberbia que se paga en los andares del tiempo. Golpeando contra un muro todos eso largos lustros que nos han unido desde hace mucho.

No es justo que energías oscuras empañen tanto tiempo compartido. Que una banda de indeseables manejen una situación con la maldad como bandera y la irresponsabilidad como punto de apoyo.

Hoy los ojos tristes de los niños colombianos de nuestra frontera son los ojos de mis hijos cuando sufren y, el dolor de esa gente maltratada por la dictadura de mi país es mi dolor, hoy he calzado sus zapatos. 

Sé que este momento puntual será solo un mal recuerdo en la historia de nuestro pasado, una roca filosa que desvía por un momento dos ríos que se juntan y, no será impedimento para que la fuerza del cauce vaya directo al delta y finalmente al mar, donde las aguas se vuelven eternas.

Será una cerca que se pudre entre dos árboles que crecieron juntos, que siguen pintando sus hojas de verde en la primavera, compartiendo hermosos otoños y, seguirán cada día alzando sus ramas al cielo, abrazando al viento en un baile eterno. Sabiendo que cada uno tiene su espacio en la existencia presente y el tiempo infinito.

Escritor y poeta Eduardo Sermendo (Caracas –Venezuela) 

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