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Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
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miércoles, 9 de septiembre de 2015

La sabiduría en La Urraka


Meditación sobre la meditación

Por Otto Ricardo-Torres



Considero que es necesario decir que meditación no es únicamente quietud. O, todavía mejor, no es únicamente la de la quietud. Esta podría considerarse una de las manera de meditar, la principal, si se quiere, dado que ella plantea sus fundamentos, concernientes al aquietamiento de todos los cuerpos del ser, aquietamientos que comprenden los aspectos y tareas conducentes al silencio. 

Se ha de entender entonces que silencio no es cerrar la boca, sino suspensión o aquietamiento de todas las actividades ordinarias de los cuerpos físico, mental y emocional de nuestro ser. Y no solo en el ámbito de nuestro ser, sino en las correlaciones con el mundo externo, inmediato y de la conciencia. No reminiscencias, memorias, proyectos, inquietudes, ideaciones, nostalgias, anhelos, ansiedad; ni percepción de nuestra conducta al modo como esta se encuentra constituída en las costumbres; sino congelación, suspensión o anonadamiento de nuestro ser como miembro del sistema social, del entorno, de la cultura.

Ese aquietamiento, ámbito que ha de cubrir el silencio, es una disposición ascética muy parecida a la muerte, concepción en la cual coinciden todos los que de esta disciplina o actividad se ocupan. A nuestro aquietamiento o silencio le sigue nuestro ingreso al seno de la meditación y, en dado caso, del samadhi. Así, morimos mediante esta disciplina estratégica, pero para nacernos a la otra dimensión, que es la de la vida del alma o del espíritu. Con ello, llegamos a la verdad de que el cuerpo o los cuerpos de nuestro ser son, en el ejemplo de Osho, como la concha o cáscara que se desprende de la pulpa del coco, y que, a pesar de esta muerte, queda latente y viva la presencia del testigo, de la luz o lámpara en la sala vacía donde reina nuestra nada  más transparente y lúcida.

Ciertamente, estos aportes son debidos a la meditación primordial, pero esta, siendo la fundamental, no es, sin embargo, la única. Se trata de la meditación marco, del paradigma de meditación, que funciona como fundamento de las otras clases de meditación. 

Esta meditación primordial nos ofrece el ascenso a la esencia de nuestra identidad, para establecer la evidencia de que, al soltar la respiración, la mente, el cuerpo, en un vivo simulacro de muerte, hay algo en uno que permanece lúcido, activo, corroborando la vida, el alma, el proceso. 

Sin embargo, dada esa ganancia trascendental, no es conveniente limitarnos a la conclusión de que, para alcanzar tal evidencia, es siempre y únicamente necesario meditar de ese modo. Pues también podemos soltar la mente, la respiración, el cuerpo en las actividades diarias infundiéndonos en la tarea que adelantamos. 

En tal estado unitivo, que sigue al proceso de la ascesis o disciplina, todo lo que uno hace, es meditación. Sabiéndolo percibir, en el ensimismamiento o estado unitivo advertimos que nuestro otro uno es nuestro ser verdadero, que por razones misteriosas ha sido geminado o gemeliado, uno al lado del otro, o uno en el otro.

Este ensimismamiento es posible y muy saludable. Mediante él, que considero otra forma de la meditación, y de meditación activa en estos casos, verificamos que, al fundirnos de ese modo con lo que hacemos, termina por desaparecer la dualidad entre lo que hacemos y uno. Al lograr la fusión, llega un instante en que la tarea que realizamos activa y emana su propia energía y esta asume la realización de la obra. 

La condición fundamental de este modo de meditación es que nos conservemos absoluta e íntimamente integrados con lo que hacemos, sin ninguna distracción manual ni mental, sin reflexiones, reminiscencias ni proyecciones, sino únicamente vinculados y adheridos a la obra, sin nada ni nadie más en nuestra conciencia, en nuestra mente, en nuestras emociones ni en el entorno en que estamos, sino todo nuestro ser reunido e integrado nada más con lo que estamos haciendo.

Antes de correr a decir que esto no es posible, intentémoslo de manera positiva, y no para probar que no es posible.

Para adelantar las tareas de la vida de este modo, el silencio es la condición necesaria. Y silencio en el entendido de quietud, al modo como quedó descrito atrás. Es silencio hacer únicamente lo que estamos haciendo, observando esta hoja seca nada más, por ejemplo. O escribiendo. O tomando agua de la casimba con las manos. Y es quietud si acallamos todo lo externo a lo que estamos haciendo. 

En otras palabras, meditar, vivir en el seno del silencio, es estar aquí y ahora.

El ojo del huracán se aduerme en quietud y en silencio para garantizar la plenitud de su expansión estruendosa. Podría ser imagen y semejanza de Dios creando en el seno de la meditación.

Por la virtud de este tipo de acción meditativa, cada tarea nos revela y otorga su propio ritmo y su guía como la única y mejor manera de adelantarla. Entonces advertimos que cada obra es única, singular, con su sabiduría personal, que comparte con nosotros cuando nos avenimos a su naturaleza y modo de ser. 

Esto nos explicaría por qué Homero habla con tal propiedad de tantos personajes, cada uno distinto y arquetípico, y de tantas situaciones, profesiones, regiones, reinos, actividades y oficios, cosa que, según la apreciación de Platón en su primer Diálogo socrático, Ion, no es posible como conocimiento aprendido por una sola persona ni en una sola vida. 

Amén de eso, la rapsodia o Canto sobre El escudo de Aquiles, en La Ilíada, por ejemplo, creación sin igual, convoca múltiples artes, conocimientos y planos de la realidad, así como información acerca de la variada vida cuotidiana allí plasmada de manera estereofónica. 

No son, pues, apenas la innumerable variedad de actividades, todas ellas descritas como si Homero fuera experto en cada una de ellas, sino el pormenor y el detalle perfectamente precisados y delineados, junto a la visión monumental, épica, de la orquestación beethoveniana del conjunto. Platón, en boca de Sócrates, le argumenta a Ion que esto no sería posible si no fuera por la participación activa e inmediata de las Musas, que le van dictando con perfección todos los Cantos de sus obras a Homero. 

Hoy, un poco más acá del filósofo, la humilde o modesta observación puede llevarnos a verificar que eso ocurre –musa o no mediantes- si nos ensimismamos o hacemos uno con lo que hacemos.

El más allá se nos hace accesible sin necesidad de irnos más allá de uno, dado que ese más allá está aquí. Nuestros progresivos más allá corresponden a los grados de evolución de nuestra energía. En el fondo, creo que, mediante esos modos, la creación sigue expandiéndose en el mundo al transbordar a través de nosostros sus misteriosos, inéditos y recónditos universos. En cada acción así realizada se presencializa en nuestro plano de vida el más allá. El mundo en que vivimos es, quiérase o no, la evidencia de las emanaciones del más allá hacia este lado.

Las entidades y tareas de todas las dimensiones ocultas salen al espacio de este mundo a través de uno cuando coincidimos con sus discretos protocolos de manifestación. ¿No será el momento de poder afirmar que el modus operandi del rito es este de la acción meditativa, aun en nuestra vida corriente?

Únicamente la acción perfecta es creación, pues lo que no se hizo bien no quedó hecho todavía. 

Esto nos ocurre al caminar, por ejemplo, si cumplimos el requisito de ir abandonados al curso espontáneo de los pies. Llega el momento en que incluso nos sorprendemos al escuchar una íntima, aunque rara, conversación, que ya no sale de uno, sino del camino. 

El camino nos habla, todo nos habla, cada criatura del universo nos habla y nos revela su naturaleza y su modo de ser, su ritmo, cuando empleamos los protocolos o modales propios de la ocasión.

De ese modo, unos meditan y ven al danzar; otros al escribir, al pintar, al cantar, al sanar o, en general, al realizar las tareas de la vida corriente. Y ven cuando lo que hacen se hace a través de ellos. 

Siempre, el ver no es cosa de los ojos ni de uno, sino de nuestro uno alterno. El tercer ojo no está en el entrecejo sino en todo el cuerpo iluminado por efectos de ingresar en otro plano. Esto es lo que ocasiona el éxtasis, que es actitud involuntaria.


Como en el Yoga –del sánscrito yuj, unión-, hay modos distintos de alcanzar la unión, mediante los yogas KARMA o de la acción, BHAKTI o de la devoción y el amor, GNANI o de la sabiduría y RÂJA o yoga real, máximo, que los compendia a todos. Trasladando esa división a este punto, habrá, así mismo, meditación de la acción, de la devoción o el amor (de tipo contemplativo, de la quietud), del conocimiento o la sabiduría, y meditación  integral, que la comprende a todas. En cada uno de nosotros se halla una cualquiera de dichas opciones e incluso varias.

La única manera de verificar esto es intentándolo cada uno desde su práctica personal. 

Hay abundantes testimonios de artistas de la danza que se declaran olvidados de sí, en éxtasis, cuando alcanzan la plenitud. Entonces, sienten que el cuerpo se funde de tal modo con el movimiento musical que se extingue y desaparece. En el trance, es el espíritu de la danza, por decirlo así, quien se hace cargo de ejecutar la partitura de manera exquisita e impecable a través del cuerpo. Los grandes escritores -poetas, dramaturgos, narradores-, los legendarios samuráis, los músicos y directores de orquesta, como Sergiu Celibidace y Herbert von Karajan, por ejemplo, así como atletas, artesanos, bogas, brujos, magos, curacas, mamos, curanderos, ofrecen testimonios coincidentes. El director de orquesta Sergiu Celibidace declara que es la orquesta y la partitura lo que lo guía a él. Y von Karajan conduce con los ojos cerrados.

Yo he visto en mi tierra a mozos o jornaleros de machete realizando su ardua tarea, a pleno sol, en absoluto silencio, absortos e infatigables. He visto bogas llevando su canoa a canalete limpio, desde la madrugada hasta el anochecer, sonreídos con el rumor del agua y de la brisa, sin cansancio, envueltos entre las persianas del sudor en su cuerpo. La gente les atribuye poderes mágicos, pactos, alicornios, animes y alianzas con fuerzas ignotas, como forma de explicarse la entrega y eficacia notable de la tarea que adelantan sin esfuerzo ni fatiga insuperables. 

Así mismo, he asistido a conversatorios cuyo expositor realmente conversaba, y conversaba con tal aplomo y sabiduría que, escuchándolo, o a mí se me olvidaban mis palabras o él estuvo usando mis mejores palabras nunca dichas por mí. 

Y he leído libros que me dejaron la certeza de que venían hablando desde antes de decir la primera palabra; que no me llenaron la mente de palabras, sino que me pusieron en contacto con las mías, y que, por esto, me dejaron la discreta idea de que yo mismo fui su coautor, que presuntamente me han venido a decir lo que había olvidado en años o en vidas anteriores.

Al contacto con estos casos ejemplares, algo nos dice que hay magia, maestría no ordinaria en ellos. Hacen, dicen de tal modo la tarea que, sin vacilación, coincidimos en que esa era y es, no solo la única, sino la mejor manera de hacerla o decirla. 

Los griegos sabían de estas cosas, y llamaron musas a esas potestades que macanean con la rula del mozo (campesino jornalero de la Costa) o que son, ni más ni menos, las que conducen la canoa con el canalete del boga. El artista, por ser el foco de la pantalla, fue visto como el consentido de las musas, pero, bien miradas, ellas, al fin y al cabo diosas, dispensan sus dones a todos, como el sol. 

Y, sin ir muy lejos, ¿quién podría negar -la mano en el corazón- que, un día cualquiera del mito, los veloces corceles fluyeron y se nacieron a pegasos adormidos en la carrera en éxtasis hasta alcanzar las alas?

Otto Ricardo-Torres
Casa Esenia, julio 25 del 2013.

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