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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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martes, 17 de junio de 2014

Nos visita desde la hermana República Bolivariana de Venezuela, el escritor Eduardo Sermendo


Historias que no se ven

Alejandra nació en una ciudad de un país cualquiera, en cualquier día de cualquier mes y año.  Algo trivial; ya  que la vida de Alejandra es igual a la de millones de seres en el mundo. Nació en una familia humilde de tres hermanas, dos hermanos, su padre y su madre. De niña tuvo grandes sueños, como toda niña quería ser maestra, cantante, actriz, veterinaria, etc. Pero el paso de los años y los golpes de realidad poco a poco van condenando esos sueños al olvido; tal como pasa a las grandes mayorías en todo el mundo. Pues a medida que crecemos el mundo cambia de tamaño; hasta volverse tan inmenso que se vuelca en nuestra contra, aplastando y arrastrando por tierra toda idea o pensamiento.

Ella vio al mundo crecer más rápido y escapar de sus manos. Siempre sintió tener el control de un universo que consideraba suyo completamente, siempre bajo su control, entre sus manos y entre los límites de su propia imaginación. Cada sueño y fantasía escrito a su medida; dictado por la mente maestra que había construido un espacio inquebrantable en el que creía podría habitar por siempre. 

A menudo desconoció y mostró poco interés por otro mundo ajeno al suyo. Vivía pensando en sus grandes ideas, esas que un día transformarían su vida, marcando ese rumbo repleto de fantasías que subyacía en los rincones de su mente infante. Mientras crecía se acercaba a la ineludible realidad, donde se rozan las ideas propias con las de otros a cada instante de cada día. De a poco y sin advertirlo uno a uno se fueron esfumando esos grandes sueños que antes alimentaban cada instante de su vida. Sin saberlo fue perdiendo la sonrisa y empezó a mal alimentarse de una realidad colectiva de la cual no tenía  ningún control.

Alejandra no era consciente de los cambios en su existencia. Tomó ese despertar a la realidad como una agresión a su tesoro más preciado. Una embestida inhumana hacia un universo construido a pulso desde su más temprana infancia;  los rincones de su mente fueron invadidos por completo por ese mundo desconocido y ajeno. Nunca supo cómo llegó a sus 24 años sin haber podido despertar antes a tan brutal atropello vital.

Una mañana decidida a preservar y rescatar lo poco que quedaba de su mundo. Decidió salir un sábado muy temprano y hacerse de pinturas hojas de diferentes tipos y tamaños en la tienda local. Al llegar a casa comenzó a desbordar todo ese manantial de sueños tejidos por años, senderos andados, cielos surcados, ríos navegados y estrellas vistas cada noche de cada día.

Ya tenía una nueva forma de vivir, de escapar de lo que alguien bautizó como realidad. Un plato amargo donde la mayoría comemos obligados por un burdo sistema de vida tejido por alguien inhumano que nos marca un solo camino hacia el abrevadero.

Pasaron muchos años y Alejandra deseaba con ansias antes las noches y fines de semanas, ahora sólo los fines de semanas para seguir imprimiendo y guardando un mundo que parecía infinito; en el que pensó un día de niña que viviría por siempre. 

Nunca compartió su vida con nadie, visitaba a sus familiares muy pocas veces; luego del trabajo. Dejó de hacerlo cuando sus padres murieron con escasos meses de diferencia. Tenía algunos sobrinos y sobrinas, sus familiares eran iguales a ella, gente común en un lugar, una ciudad y país cualquiera. 

Alejandra no terminó su carrera de contaduría, en el tercer año se había ido a trabajar a una tienda departamental; a media hora de su casa. Luego de seis meses en la tienda alquiló un pequeño departamento en el centro; a diez minutos del trabajo. Y allí permaneció por más de treinta años. Al igual que mucha gente, fue y vino por años a un mismo lugar. 

Una mañana cualquiera de un año cualquiera, alguien llamó a la tienda departamental para anunciar que Alejandra no volvería, pues había fallecido la tarde del sábado. El gerente de su departamento hizo el anuncio y algunos empleados se preguntaron entre sí; ¿quién era esa mujer? Solo una dama de mediana edad respondió: ¡era la mujer que estaba en la caja tres al lado de la mía! Pero todo siguió igual; todo el mundo a trabajar y al cabo de unos días no había un solo rastro de ella, aunque había estado por más de treinta años en uno de los pequeños cubículos donde ejercía como cajera número tres en el piso de hogar.

La menor de las hermanas de Alejandra atendió el desalojo del departamento que había comprado luego de diez años de haberlo alquilado y en el que llevaba treinta y seis viviendo. Nadie aparte de Alejandra había visitado antes el pequeño departamento. Para la menor de las hermanas contemplar ese rincón fue algo mágico, había pinturas colgadas por todos los muros, colores de cielos y mares adornaban la cocina, el salón y el dormitorio. Elena embargada por una profunda tristeza contemplaba con dolor todo ese mágico mundo mientras las lágrimas surcaban su rostro. Ella se hizo acompañar por su hijo mayor quien se admiró hasta el extremo; de la grandiosidad del talento de su tía Alejandra. 

Luego de contemplar por varias horas  Elena y su hijo Aníbal de veinte tres años juntaron algunas pinturas para presentarlas en una exposición local, inaugurada para captar el arte de la pintura en la región. La exposición fue todo un éxito. Y por primera vez en muchos años en todo el estado resonó el nombre de Alejandra Planchart, artista galardonada con el primer lugar del aquella importante exposición en la que se vendieron las doce obras expuestas. Luego de seis meses Aníbal fue invitado a presentar la obra de su tía en la ciudad de Nueva York, fue un éxito sin precedentes.

Alejandra Planchart creó un mundo en el que logró vivir de niña. Y luego de adulta plasmó ese mundo en su obra y siguió viviendo en él, alimentándose de sus colores, de sus formas y de cada sueño implícito en cada una. Hoy Alejandra ya no es una persona común, es la dueña de un mundo que siempre estuvo en sus manos, que no escapó de su control y la alimentó hasta el último día de su vida, un día en el que se fundió con sus sueños y se hizo eterna entre sus colores  y su magia.

Escritor Eduerdo Sermendo (Venezuela)

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