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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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viernes, 4 de octubre de 2013

El amor a la madre en La Urraka


Amor de madre

Ella plantó semillas de amor
que alimentó con el dulzor
de su triste corazón.
En su regazo acunaba y tejía
el candor y una inmensa ternura,
mientras observaba las finas
gotas de cristal caídas por la
abertura de la cortina.
Era otoño y mecía a sus niñas.

Susurraba cánticos celestiales
mientras tendía su intrépida mano
por el arduo camino de la vida.
De aquellas semillas nacieron sus
sueños, los vio crecer entre los
matorrales y tempestades de la
humanidad.
Qué serenidad y sin embargo,
qué desdicha sentía.

Se asfixiaba, se estremecía,
respiraba profundo y atenta
mientras sus hijos crecían.
Sus problemas eran suyos
como suyos sus pesares.
Su corazón que sufría
latía cansado
desvaneciendo su alegría.

La vida pasaba fugaz,
arrugando su firme piel
que formaban profundos
surcos en sus pétalos de amor.
¿Quién pudo dañarla? Es
bien sabido que el amor de los hijos
mata sin asesinar el corazón de aquel
que ama sin ser amado por no
haber pedido permiso para
proclamar la existencia de su vida.  

Ella permanecía inerte
en la oquedad del abismo.
Es su hija quien cuida de su dolor.
Más su mirada quedó fija
en las gotas de cristal que descansan
tras la ventana de sus párpados.
Tibia la tierra suspira
en espera de escuchar
un nuevo latir en un corazón
cansado, que apenas respira.

Ella vislumbró la muerte
que acariciaba su desvelo.
Ignorante de la voz de la vida
que sin embargo, le sonríe.
Los pájaros apagan sus cantos,
no quieren ser cómplices de su ida.
Queda muda la madre y habla la hija
que llora por el lamento silencioso
de una madre que dio por ellos la vida.

Hunde la aurora su daga a la reina flor
que susurraba “os quiero hijos míos”.
Su mente no olvidó a ninguno.
Sin lamentos, cerró por fin sus
cansados ojos para saborear
el descanso eterno.

Su corazón cesó y traspasó el
umbral de la nada llevándose con
ella la sonrisa y el llanto de hija
que fue quién más deleitó de su
compañía. Su mejor y pequeña flor.

Llora su hija la ausencia de la aurora.
¿Su nombre? Para ella es madre.
Y suena como lluvia melodiosa.
Ella se fue con calma,
con el amor de un varón y dos hijas.

Amor de madre, ¿Cuánto no darías?
Sin pedir ni decir esta boca es mía.
Cuánto amor regalado sin derroche
ni reproche.

Cuántas noches en vela
en la crianza de tus flores,
regándolas, mimándolas,
para verlas siempre florecer
con la tierna sonrisa que creías
que merecían. Más algunos olvidaron
que antes de madre fuiste mujer.

Amor de madre,
¡cuánto daría porque se me
Amara como te amo yo todavía!

Escritora y poeta Esperanza Ayala Corma (España)

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