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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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domingo, 13 de octubre de 2013

Lo onírico en La Urraka


Otro sueño de terror

Una noche soñé que la muerte venía caminando lenta, directo a mi casa, su vestido era igual al que nos enseñan los pintores en sus cuadros, capa negra, capucha tapándole la cabeza y en la mano una hoz, para decirlo más exacto, era igual a los espectros que van a caballo en la película “El señor de los anillos”, solo que este venía a pie. 
Me acerqué y donde tenía que ir el rostro, vi solo un vacío oscuro, ¡tan oscuro!, sin posibilidades de luz al final de ese agujero negro que se abría como tragando todo lo que se le acercara, así que salí corriendo para esconderme en mi casa, pero vi que había un baile, así que no quise perturbar a mi familia a quienes veía muy felices y decidí seguir corriendo por una calle larga, donde a lado y lado, solo se veían más calles largas, sin carros, vacías de personas, de animales o cosas. Llegué a una casa de piedra, me atendió una mujer hermosa, igual que las pintan en la Odisea, tenía el pelo amarillo que le caía hasta los tobillos, me preguntó porqué estaba tan asustada, le conté que la muerte me perseguía y me dijo: “te voy a llevar donde mi amiga Caridad, mi nombre es Piedad”.  Le dije: ¡por piedad, no permita que la muerte me encuentre! Nos fuimos volando por todo el mundo, buscando a su amiga Caridad, que por cierto nos demoramos mucho tiempo, muchos inviernos, muchos veranos, muchas primaveras y por fin la encontramos en un otoño, no supe de qué año, pero al fin había llegado el descanso, cuando  la vi dije: ¡por piedad, por caridad, no permitan que la muerte me persiga! Caridad vivía en una casa muy pobre, aunque nos atendió como si fuera rica. Le narramos toda la historia, cuantos años llevábamos buscándola. Con voz suave me calmó: “no te preocupes, que hay un solo lugar seguro” le pregunté a cuál lugar se refería y señaló mi casa. Me asusté, no quería que mi familia se enterara.  Al llegar con ellas dos a mi hogar, no vi gente, era de noche. Por orden de Caridad, me acosté en mi cama. Al momento llegó una mujer igual de hermosa a las otras dos, igual en todo, las tres parecían gemelas, no las diferenciaba en nada, se llamaba Esperanza, llegó alzando la voz: ¿quién me necesita tan urgente?  Grité: “siempre me enseñaron que la esperanza es lo último que se pierde, llevamos muchos días llamándote”. Ella dijo: “estaba en una fiesta, yo vivo de fiesta en fiesta”, cuando de repente apareció la muerte diciendo: “mírame, no soy tan fea como me pintan”. Yo rehusaba, pero Esperanza me obligaba a mirar, “míralo, que él es mi amante, es el hombre más hermoso que haya existido en todo el universo”. Como soy muy curiosa, lo miré y ante mis ojos se presentó el hombre más lindo jamás visto, ni en revistas, ni en televisión, pero seguí con miedo porque no me gustaron sus ojos oscuros, sin un destello de luz, la mirada profunda como cuando vi su rostro sin rostro. Quise salir corriendo otra vez pues me sentí engañada por ellas, pero él me replicó: “enamórate de mí, que vamos a ser amantes en la eternidad, y si no me quieres igual tendrás que serlo, pero si te enamoras, todo será más fácil”. Al escuchar esas palabras, y las otras tres rogando que dijera que sí, que lo amaba, me puse a llorar. Esperanza cogió un palo largo y preguntó: ¿qué ves? Le contesté: un palo, y esa respuesta la enojó, “ahí está el  problema, que no sabes mirar bien el fondo de las cosas, tienes que aprender a mirar más profundo. Volvió a explicarme: “en un extremo está la vida, en el otro extremo está la muerte, o sea son una sola cosa del mismo palo”. Me quedé petrificada del miedo, pero dije: si eso es así, en un solo lado hay oxígeno y ahí quiero estar. Al escucharme se puso furiosa gritando: “aún nos sabes qué hay del otro lado”, así me resigné y acepté irme. La muerte me preguntó: ¿aceptas? Sin esperar mi respuesta, me dio un golpe en la frente, me marcó con su puño. En ese momento caía lenta en un vacío sin fondo, mientras caía   vi como la que llegó de última, buscó las tijeras para cortar un hilo largo, las otras dos la reprendían por olvidarlas en la fiesta, al instante que caía, las veía peleándose por el descuido. Me di cuenta que eran las Moiras, que me habían engañado con otros nombres más dulces, yo gritaba de terror. Lo último que vi fue el piso del lado de mi cama en el que caí con fuerza y me golpeé en la frente donde quedó la cicatriz de por vida o post mortem.

Escritora y poeta Irene Ángel Agudelo (Colombia)

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