Bienvenidos: Revista La Urraka Internacional


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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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domingo, 15 de septiembre de 2013

El cuento histórico en La Urraka

TAMBORES, TAMBORES
“Efión nene batabá bongó”
(“Sangre de un congo bebió el bongó”)

¡Lo mataron! Yo lo vi colgando de la horca ayer 16 de marzo de 1621 aquí en la ciudad de Cartagena que prefiero nombrar como Calamarí, tal como la llamaron sus verdaderos fundadores y dueños, los indios Caribe.
No querían que estuviéramos en la ejecución, pero por fin accedieron ante las súplicas de mi madre que les dijo de manera contundente: “Si son cristianos permítanle que vea a su hijo por última vez”.
A mi padre lo asesinaron por no resignarse a su condición de esclavo. Su naturaleza indómita y libre se lo impedía. Pero es que a nadie pueden rebajar a la infamia de ser encadenado de por vida. Yo soy esclavo como mi madre Francisca Angola. Nací esclavo. Tengo doce años. Pero mi padre murió libre y eso no podré olvidarlo. 

Esa noche que apresaron a Benkos, se me apareció mi madre. Me desperté en la madrugada  cuando despuntaba el amanecer y uno ve que las estrellas comienzan a cerrar sus parpadeantes ojos de luz agobiadas por el frío de los oscuros cielos desabrigados  de sol.
Como de costumbre me encaminé a las barracas donde se encuentran las letrinas. Me levanté la falda y oriné de pie como era mi costumbre. Oriné bastante y el líquido como un surtidor salpicó mis piernas. Era un líquido caliente de olor fuerte y fermentado de negra joven sin hombre. Lo aspiré junto con el aroma salitroso del mar y del matarratón dormido. Y me gustó, porque me di cuenta de que a pesar de mi esclavitud estaba viva y quería seguir viviendo. Cuando terminé me sequé los muslos cerreros con la misma falda y salí de nuevo al patio. ¡Allí me esperaba mi madre! Tenía una risa bullanguera que le guindaba de la cara y se le regaba por todo el cuerpo: “No pierdes el hábito de mear con las últimas estrellas Francisca Angola”, me dijo. 
¿Cómo hiciste Mama para venir de tan lejos a estas tierras?, le pregunté con la más grande de las sorpresas, después de 15 años sin verla. 
“Para los difuntos no existen las distancias”, me respondió. ¿Y mi padre?, le volví a preguntar. “Todavía sale de cacería y preña mujeres. Pero no es de él de quien quiero hablarte, es de Benkos Bihojó, el padre de tu hijo, mi nieto. Al comienzo de la noche, cuando la luna salía, luna grande y blanca trastornada de brujas, fue tomado prisionero por los soldados blancos. Se aprovecharon que estaba exhausto de amor y de que sólo lo acompañaban tres de sus hombres. A los tres los mataron sin ninguna piedad. Tenían que hacerlo para coger vivo a Benkos. Estos valientes dieron muerte a cinco blancos antes de morir ellos mismos. No estoy muy segura de que Benkos viva o muera, porque ni siquiera nosotros, los del más allá, podemos avizorar el futuro del más acá. Eso sólo lo saben los dioses y ellos nunca lo comunican a los humanos vivos o fallecidos. Lo que sí puedo decirte es que los blancos lo odian por su índole rebelde y porque nunca hincó la rodilla ante ningún rey ni Dios ajeno. Suplicó a sus dioses y estos siempre escuchan pero no siempre conceden. Lo más seguro es que le den muerte con un doble propósito: vengar todas las muertes blancas que Benkos ha causado, y los malos ratos y humillaciones que les ha hecho pasar, y de paso lograr escarmentar a los valerosos que lo heredarán y que viven entre los pantanos obedeciendo solamente sus leyes. Pero el único capaz de retornarlos a África, por lo pronto está prisionero de los blancos. Los tambores en los palenques retumbarán de angustia y rabia llamando a la guerra y a la rebelión total”.
¿Entonces cuál es la razón de tu sonrisa madre? 
“Esa expresión de retozo la tendré por siempre hija, pues fue con la que morí mientras amaba a tu padre. Adiós. Nunca más nos volveremos a ver”.  
Quedé muy preocupada. Siempre escuché decir que los difuntos no mienten, y en los días anteriores yo tampoco me enteré de ningún rumor sobre Benkos o sobre su seguridad. El gobernador García Girón había dado muestras de que lo apreciaba y cumpliría el pacto de no agredirlo, tal como Benkos lo estaba cumpliendo con el gobernador. ¿Sería que él y sus hombres se emborracharon con guarapa y se alebrestaron? La guarapa golpea fuerte en la cabeza y ya en una ocasión los hombres de Benkos bajo el efecto de la bebida quisieron tomar unas negras libertas que estaban en la casa de lenocinio para llevárselas a los palenques, entonces el gobernador mandó unos soldados que los apresaron y retuvieron dos días en la cárcel. Benkos se disculpó con el gobernador y prometió que nunca más volvería a suceder y lo cumplió.

Pedro Claver se despertó con mucho dolor de cabeza. Durante la noche flageló su espalda varias veces con las disciplinas que guardaba para el caso en su pequeña habitación. Además tuvo varios sueños confusos de cuando era niño en Verdú, su lejana España, y vio a su padre caminando con muletas sobre la nieve pues no tenía piernas. Aterrado le preguntó: ¿Que le ocurrió a tus piernas padre? “El rey las necesitó y se las envíe”, le respondió. También tuvo alucinaciones perversas donde el Demonio se le aparecía desnudo en la figura impúdica de la esclava Isabel Folupa. 
Fue a los excusados y desocupó su vientre de los desechos del pobre alimento que consumía, para a continuación limpiar su cuerpo del sudor y el polvo de los caminos que a diario recorría y que se pegaba a la piel obstruyendo la transpiración. Lavó con cuidado las marcas aún sangrantes en su humanidad de las disciplinas que utilizaba dos y tres veces durante la noche o el día, sobre todo cuando las sensaciones del mundo percibidas a través de los sentidos, ponían a prueba su conducta de asceta irreconciliable con cualquier manifestación mundana. Le dolían, pero le aliviaban el alma de las veleidades de la carne. Tendría que enviar muy lejos a Isabel Folupa, quizá a Tolú a una casa religiosa. En ocasiones al sentarse o agacharse frente a él, permitía que su falda subiera más de la cuenta descubriendo sus muslos de negra bravera que se mostraban espléndidos en un alboroto de carnes fuertes rebosadas de sensualidad. Al principio pensó que era descuido por su juventud ruidosa. La reconvino varias veces pero las manifestaciones provocadoras se continuaban sucediendo sobre todo cuando estaban a solas arreglando en cajas las diversas donaciones que recibía para los enfermos y los más pobres. Sus miradas cargadas de picaresca y brillantes de algo perplejo que ocurría en su alma y en su pensamiento, empezaron a preocuparlo. 
No deseaba ir a la cita que le habían puesto el gobernador García Girón y el inquisidor Mañozca. Sabía que entre esos dos se urdía un plan siniestro para matar y descuartizar a Benkos y él se resistía a ser cómplice de ese crimen. Querían darles una lección a los esclavos negros que seguían huyendo hacia los palenques. “Yo no los azuzo para que abandonen a sus amos, pero tampoco puedo impedirlo y menos expulsarlos de mis territorios”, le contestó en una ocasión en que le reclamó desolado al rebelde por las constantes deserciones. 
Su deseo era permanecer en esa batea de sensaciones gratas y pensamientos tristes, donde el agua fresca limpiaba las heridas de su cuerpo. ¿Pero y las de su alma? Sí, quedarse allí en esa laxitud y silencio de la madrugada, agrietado sólo por el deslizar de los astros en el firmamento, y el tímido canto del cenzontle que él algún día escuchó en Verdú cuando era un pequeñín tembloroso y muerto de susto entre las sombras del amanecer. No recordaba a su madre. Su llanto siempre fue de orfandad, pues un niño que carece de madre es huérfano absoluto así tenga padre.  
Sus miedos se los tragó el llanto. Irremediablemente tenía que desembocar en Dios que es el único capaz de llenar el vacío que deja una madre desaparecida cuando somos apenas una terneza. 
Los tambores, siempre los tambores.   
¡Los tambores de Domingo Bioo! No, los tambores de Benkos Biohó, el único nombre que acepta ese guerrero indomable que no se doblega ante el Rey de España, ni ante el Dios del Rey de España.
Los tambores de Benkos Bihojó, tan violentos y salvajes como el Rey de la Matuna, tal como él se hace llamar, lo han estado torturando durante toda la noche. A veces los escucha dentro de su pequeño recinto, y en otras ocasiones su tam tam parece provenir del mar. No cesan jamás. Lo único que lo atormenta de los negros son sus tambores y sus bailes. Él está convencido de que cuando danzan en las playas, a la luz de la luna, excitados por la cadencia de los tambores y ebrios por la guarapa, los posee el demonio.

Mis tambores, nuestros tambores, no pueden parar. Son nuestras voces de libertad que vuelan sin ataduras como los pájaros del cielo y ningún blanco será capaz de someter. Nuestros tambores nos permiten conversar con nuestros dioses y son las voces que nos hablan de nuestra procedencia y de nuestra esencia. Somos negros, negros del África, traídos a estas tierras por la fuerza de las armas de fuego de los blancos. Esto lo tendré siempre presente y lucho todos los días para que mi pueblo no lo olvide, hasta que llegue el momento de la redención y podamos volver a morar bajo el cielo que nos vio nacer.
No me importa que mis tambores no le gusten a Pedro, sé que se los ha quitado a los negros que se reúnen con blancos en la casa de lenocinio. Ni siquiera a Pedro le permitiría que me despojara de mis tambores. ¿A Pedro le gustaría que le arrancaran el alma de la que tanto habla? ¿Qué haríamos los negros sin tambores? Yo mismo no podría entenderme sin mis tambores, es como cortarles las alas a las aves que vuelan gozosas por encima del viento y las tormentas. No entiendo el odio de Pedro por los tambores porque él no odia a los negros, lo sé. Es más, creo que es el único blanco que ama a los negros, los demás nos desprecian porque el tenernos como esclavos es sentir rechazo por nosotros a los que incrustan una marca de vergüenza en nuestros cuerpos.
Quisiera marcar a todos blancos para que sientan lo que nosotros sentimos. Quisiera darles latigazos a los blancos hasta arrancarles la piel para que aprendan lo que duele. Quisiera violentarles sus mujeres para que sepan cómo se sufre. Pedro, tú serías el único blanco que yo me llevaría para África. Soy Benkos Bihojó, el Rey de la Matuna.

No, el padre Claver no lo traicionó, me lo aseguró después la amita María de Meza, por el contrario, me dijo, la tarde de ese día que lo tomaron prisionero, lo estuvo buscando desesperadamente para alertarlo y que huyera a sus palenques y no volviera por Cartagena. Pero todo fue infructuoso. Benkos se internó por el camino que conduce a la Popa, asediado por las caderas trémulas de una mulata que tenía la misión de seducirlo con su sensualidad. ¡Y lo consiguió! Gran parte del día estuvo siguiendo el rastro de amor esparcido que la negra apasionada iba dejando con claros signos de mariposeo, tal como hacen los leopardos cuando dejan señas olorosas en los arbustos para atraer una pareja. Hipnotizado siguió Benkos ese rastro que la alcahueta marcaba con toda la intencionalidad de ser apremiada en un desvarío irremediable de desenfrenos, avivados por la premura de la impudicia.
Allá va Benkos Biohó persiguiendo a la negra en celo, luciendo sobre sus hombros la capa roja que el propio gobernador García Girón le había regalado personalmente empezando la mañana. Su olor, que él sigue hechizado, se mezcla con el salitre y la polvorosa de los caminos que levantan las ventiscas provenientes del mar. Está enceguecido de pasión, pasión que lo hace irreflexivo sin poder medir el peligro. Saciada su sed de libertinaje regresa a la cordura y se encamina a la supuesta cita que le ha puesto el padre Claver, pero ya es demasiado tarde y su destino está sellado puesto que no podrá encontrarlo para alertarlo de la traición. 

Benkos, Benkos Bihojó, no te extasíes mucho en estos parajes que aun cuando hermosos y parecidos a los tuyos, no son los tuyos. Acá te trajeron a morir encadenado sirviéndole a un hombre blanco ambicioso y cruel. Tus mujeres son vejadas, obligadas a aparearse a punta de látigo. De allí nacen seres desvanecidos que no son negros ni blancos. Seres sin memoria que ya no recuerdan África. Seres que no aprenderán a cazar el búfalo o enfrentar el león. Seres que acogerán sin gritar el Dios de Pedro Claver, el menos perverso de los blancos, pero después de todo blanco. Seres confusos y resignados que no amarán ni odiarán con pasión. Seres que por siempre caminarán detrás de los blancos, no a su lado o delante de ellos. Seres con marcas de propiedad en el cuerpo y en el alma. 

Francisca Angola quedó ofuscada con la aparición del espíritu. Apenas se levantara la amita María le preguntaría si ella sabía algo de lo que le dijo la aparición. Era su madre, no cabía la menor duda. A pesar de que estaba muy oscuro, sus ojos de candela estrepitosa que siempre tuvo relampagueaban alucinando la noche. Le rezaría una oración al Dios que le había infundido el padre Claver, y le pediría permiso a la señora para ir muy temprano a la misa del domingo. Entró a la barraca en donde dormía con otros esclavos y su hijo a quien le dio un beso en la mejilla. El niño se removió en la cama y dormido le habló: “Mama, se me apareció en sueños mi abuela y me dijo que los soldados del gobernador apresaron a mi padre”. Se quedó paralizada conteniendo la respiración esperando escuchar algo más del chiquillo, pero luego de unos minutos de inútil expectación salió silenciosa como una sombra al suspiro de las últimas estrellas que se apagaban entre el alborozo de los primeros soles. 
Se persignó como le había enseñado el padre Claver. Entonces sus labios, estremecidos de dolorosos presentimientos pronunciaron el nombre de Benkos Bihojó, y sus ojos recónditos de aturdidas nostalgias se llenaron de lágrimas. 

Escritor Carlos Colón Calado (Colombia)

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