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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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jueves, 12 de julio de 2012

Un cuento en La Urraka



Hacia un futuro mejor

      Cuando Virginia escuchó  el timbre de la puerta de su casa, el Corazón se le aceleró  de tal manera  que los botones de su blusa comenzaron a moverse con movimiento armónico simple, esto se debía  a que  esperaba con ansiedad la presencia de su Juan del alma, quien viniera a buscarla para pedirla a su padre en compromiso de matrimonio.
      Virginia desde niña pensó en casarse vestida de blanco con velo en el rostro, como lo hacen las actrices en las novelas; cuando iba a la finca de su abuela, una india nativa, jugaba con sus primos a la princesa y siempre terminaba el juego casándose con el príncipe de su mundo imaginario.
Por eso su  desilusión fue tan grande y profunda, cuando escuchó que a Juan lo habían asesinado en la esquina de la casa de ella, portando un ramillete de rosas rojas.
      Ella, que siempre había sido una mujer fuerte, que no derramó  una gota de lágrima el día que su madre murió; ella, que manejaba la hacienda de su padre con  tino y prosperidad; ella, que había abatido a los bandidos cuando trataron de secuestrarla, ella no pudo emitir palabra alguna, ni de dolor ni desconsuelo, ni alegría ni tristeza, cuando oyó la nefasta noticia; ella  se quedó muda por muchos años de su vida. Había entrado en shock, sus músculos no respondían a su voluntad y su mente quedó en blanco por varios meses. 
      Virginia se encerró en su cuarto a morirse, a pedirle a Dios que se la llevara con Juan, que su vida sin la compañía de su amado no tenía sentido, pero al mismo tiempo le rogaba que cuidara de ella para traer al mundo el fruto de su amor. En su encierro, sólo visitado por su ama de llaves, quien le aconsejaba y consentía, Virginia  pedía mentalmente perdón a su padre, por el pecado que seguía su proceso natural dentro de su ser.
      ¿Cómo reaccionaría su padre, hombre honrado como cual más; austero en los gastos superfluos, pero derrochador de cariño hacia ella; hombre que por su talante de buen amigo y moral intachable era querido por todos en el pueblo; qué haría su padre,  pensaba ella, cuando se enterara que en su vientre llevaba el retoño y recuerdo de Juan, cuando en un arrebato de amor y de lujuria, se había entregado al único hombre que amó y amaría para siempre?
      Don Tomás, como se hacía llamar el padre de Virginia, vivía triste por el estado de salud de su hija, pero cuando el ama de llave le informó el estado de gravidez de su niña, montó en cólera  no tanto por el error de ella, sino por no tener la confianza suficiente con él para contarle sus amores, que con  el cariño y amor paternal  que él sentía por ella sólo quería y deseaba que  fuera feliz con el hombre que ella amara.
      De la cólera pasó a la tristeza; se le veía pasear meditabundo de un lado a otro, por el paso trascendental que su nena había dado; no se había percatado que su nena dejó de ser niña desde hacía mucho tiempo para convertirse en una hermosa mujer, prototipo de su raza sinuana.
La tristeza de don Tomas se vino a menos cuando fue avisado por el ama de llave, de que había llegado la hora del nacimiento y al escuchar  el llanto de su nuevo heredero que había venido al mundo sano y salvo.
      Don Tomás lloró de alegría al ver el rostro de su hija y de gozo al tener en sus brazos a su nieto, que con orgullo se llamaría igual que él, Tomas de los Ángeles Aguas Blanca.


Escritor William del Valle Cortina (Colombia)

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