Del libro inédito Poema de las cosas
En el horizonte
I.
Mientras cierran el horizonte todo
Sucede
Aún es de noche ya va concentrándose
El pavor.
El suelo solo piensa en caer entre
Los ojos y la irrealidad.
El olor de los nombres hechos
Y en tu boca es todo.
El brillo de las puertas ignoradas.
O del cuerpo alabado ante la
Podredumbre.
Y el espasmo de adentro.
Luego su lugar bajo la espesura
Una muestra entre los espejos del
Vino.
Y las posturas de aromas en el
Sueño.
En ti la claridad
A golpes el mar sueña las
Magnificencias de la cal.
Y las filiaciones de los peces
Vuelto a cada viento.
II.
La guerra ha sido una pregunta,
Afuera de los círculos cerrados
De los que pasan sacándose
Los humeros.
Acusando un ulular de sirenas.
Esta oleada que desprende las
Coyunturas, donde los dolientes
Solo ven en el humo subido a
Los ojos de los despojados un
País sin nadie.
Un ciego país que al avanzar más
Allá de la creación de los sueños
Se conoce.
Donde mismo descienden las
Escalas de los difuntos.
Entendí la fe como un abrazo
De los tendones.
Describo el verso buscando lo
Imposible,
De las conjugaciones de las tropas.
Y se ve el arte cuando abre
El hambre de todos.
Entonces comprendí juntando.
III.
Los enterradores de pactos.
Al alzar las horas que alientan
El fuego, endurecidas por la
Ingratitud de las estancias.
Por los caminos borrados
Así mismo.
La revolución que todo hombre
Apaga dentro del ojo.
En las corrientes entendí el valor
De la promesa hecha.
O el poder la usura tejiendo
La memoria de la fruta.
O el oblongo Dios de papel
Y he entendido al padre que me
Enseñó todo.
Con la mano sobre mi hombro me
Enseñó el sabor de inutilidad del
Tiempo.
Parado en los deslumbrantes estribos
Del fondo.
Sudando a causa de los aromas decaídos.
De espaldas al mundo.
IV.
O señalando el encuentro improbable.
La unidad de la lluvia hundida en
La cerca.
Por detrás de las púas donde daba
El café su flor.
Entonces solo entonces entendí lo
Que nos prepara la muerte.
Y el centro de la tarde al fin
Le transforma el camino de verdad.
Por campos moviéndose a la luz
Donde se siembra en la altura.
Entendí la incuria de la piel y la
Memoria que perdona los
Abusos.
Nos morimos adentro sin remedio.
Basta tan solo con la sangre
Sobresaltada.
No basta siempre el honor de la
Palabra oída allá arriba.
Las cargas de la palabra disolvencia
Escalando oscuros deberes.
La magia de los puntos para la
V.
Distribución de los promontorios
Entendí el saldo mismo de los
Homicidios.
Lo no aprobado en los desenlaces.
La curva de la tierra en la
Espalda
El labrador que pasa hundido en la
Semilla.
Que desde su sombrero saluda,
Descalzo los repechos, regados en las páginas.
Y los levantamientos que completan
La vida donde comienza el muerto
Diario.
Entendí las puertas aquejadas,
La inminencia del símbolo.
El sol que sabe desde lejos
Los usos de la sal.
La certeza de los humillados,
Su furia creciendo sin remisión
En un punto de las filas.
Entonces solo entonces comprendí
Los fusiles respondiendo a la
Sorpresa.
*Julio César Arciniegas, de la ciudad de Bogoya, reside en Rovira, Tolima.
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