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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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lunes, 3 de julio de 2023

Los escritores en La Urraka


 Misión imposible

El señor Alejandro me pidió una misión imposible. Ya ensayé tres probables soluciones y en todas ellas he tocado con pared. Qué digo pared. Un muro inexpugnable es la mejor descripción. Debo obtener un número telefónico. La persona que andan buscando, cuyo número debo obtener, no me dirige la palabra. En su momento, la esposa de este sujeto me demandó. Después de un proceso penoso y ruin, salí avante, y esta es la fecha que no han podido digerir ese viejo rencor, Carlos Gardel dixit. El que les haya yo ganado la partida supone el orgullo mancillado, y más allá de la injusticia que cometieron —porque me denigraron en los periódicos y trataron a toda costa que me despidieran de mi trabajo—, creo que les duele mi total indiferencia. No les guardo rencor. Simplemente me aparto de ellos. Como dicen que dijo Jorge Luís Borges: «…no busco perdones ni castigos, el olvido es el mejor perdón y es el mejor castigo». 
Le hice el encargo al compañero Epifanio. Pero le recomendé que no pida que le compartan el número telefónico (no se lo van a dar), sino que les dé el número del señor Alejandro y que ellos se comuniquen. Me da pena verme envuelto en esta situación, pero son las cosas que uno hace por amistad. El señor Alejandro y su familia viven en Cancún. Uno de sus hijos sufrió un accidente. Al parecer, derivado de este suceso, se fracturó un brazo. Se requirió cirugía. Todo bien, finalmente. Pero, ahora quieren agradecer a un santo —no sé a cuál—, el que todo haya salido bien y para ello deben ofrendar un exvoto y dejarlo en la iglesia. Parece ser que el cura les pidió una cucharita de plata. No me quedó claro por qué debe ser una cucharita, más bien yo supondría un diminuto brazo de plata. Pero el asunto es que dicho exvoto lo debe comprar el padrino de bautizo del joven. Es ahí donde entro yo. El señor Alejandro me pidió que hable con el padrino, y que le solicite el número telefónico para comunicarse con él. No tendría ninguna dificultad si el mentado padrino no fuera el tipo que me demandó hace ya algunos años y estuvo a punto de lograr su malsano propósito de que me despidieran del trabajo. No obstante, le dije al señor Alejandro que le iba a conseguir el dato.
—Oiga, yo no sabía… —dijo el señor Alejandro.
—Me parece que ya lo habíamos platicado.
—No me acuerdo.
El señor Alejandro sufrió hace poco más de un año un accidente cerebro vascular. Tal vez a eso se deba su falta de memoria. Porque más tarde, cuando volvimos a hablar me dijo que su esposa le había confirmado esa parte de la historia.
—Ya me lo recordó mi mujer —dijo.
—Ya ve usted.
—Esta pinche enfermedad me dejo todo atarantado.
El señor Alejandro es dueño de un abundante, expresivo y florido vocabulario. Cuando estaba en la fase de recuperación, por lo de su derrame, lo hice que mentara madres y dijera cualquier cantidad de groserías. Al terminar dictaminé: ya está usted bien. Se le entiende perfectamente. No arrastra la lengua y no hay problemas de dicción. El señor Alejandro soltó una sonora carcajada. Y en efecto, ese fue el inicio de su recuperación.
—Pero volviendo al tema de su encomienda —dije—. Va a haber problemas. Ya hice un primer avance. Me comuniqué con una maestra que trabaja en la escuela Morelos, de Agua Dulce. Ella trabajó aquí y era uña y mugre con el susodicho y multicitado. En consecuencia, debe tener su número telefónico, pensé. Nada, y lo mismo pasó con los otros maestros y amigos cercanos. Ayer intenté un acercamiento desde otro ángulo. La hermana de la esposa del interfecto. Me llevé la sorpresa de mi vida. Ni siquiera los familiares cercanos tienen acceso al número telefónico. Al parecer en su momento fueron extorsionados, y por este motivo no facilitan esa información a nadie. Pero más allá de eso, tienen un miedo casi patológico a mantener contacto telefónico con quien no sea parte de su círculo íntimo. Y a ese lugar de privilegio no entra ni la hermana de la señora. Donde se enteren que andaba yo buscando esa información, me van a señalar como probable extorsionador. 
El señor Alejandro mostró su inconformidad. Masculló un par de palabrotas. «Qué podemos hacer», dijo.
—No sé, usted diga… —respondí casi adivinando lo que me iba a proponer.
—Qué le parece —dijo—, si mandamos a chingar a su madre a mi compadre, y usted nos compra la cucharita.
—Me parece muy bien. ¿De qué la quiere?
—De plata, ya se lo dije. 
—Aunque fuera de oro, se la compro, con tal de no verle la jeta a su adorado compadre.
El señor Alejandro soltó otra carcajada.

Escritor Pedro Linares Domínguez (México)

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