Bienvenidos: Revista La Urraka Internacional


Portada:
Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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jueves, 13 de agosto de 2020

El cuento en La Urraka


El día de todos los vivos…

Minutos después un desgarrador silencio 
se esparció por todos aquellos confines reunidos,
 y la tierra se detuvo a las cinco y trece minutos 
de aquella tarde apocalíptica. 

MUCHA GENTE CAMINABA de prisa y en todas las direcciones que se podían tomar en una gigantesca explanada construida con muchos millones de broquetas de arcilla quemada, que por un lado seguían infinitas hasta perderse en un vasto horizonte que parecía ser de fuego, y por el otro, hasta unas babilónicas jardineras de mármol dispersas hasta la gradería de lo que a simple vista parecía ser el atrio de un descomunal castillo con forma de catedral o una catedral con forma de castillo, pero que de cualquier modo, infundía miedo en lugar de fe, y a la que Jaime no recordaba haber visto jamás en su vida.

Pero la muchedumbre por millares estaba ahí, muy alborotada, nerviosa, ataviada de sus mejores prendas y portando una infinidad de flores, regalos y numerosas bambalinas dando bienvenidas. Todo esto sucedía en medio de un bullicio tal, que hacía ladrar a un batallón de perros desconcertados. Jaime no llevaba nada en las manos, caminaba despacio entre la turba, totalmente confundido, sin saber a dónde ir y buscando no sabía qué cosa.  A su paso se percató de algo aún más sombrío… que nadie lo miraba… como si no lo pudiesen ver… como un fantasma… como si él no estuviese ahí.  Escuchaba las conversaciones en los grupitos que se formaban aquí y allá, y pudo darse cuenta que hablaban de todo lo humano, hasta de fútbol y gestión municipal, pero nada que tenga que ver con aquella extraña cita de multitudes.  El asunto, aunque irracional para su lógica mortal, parecía demasiado serio para preguntarse si todo aquello tenía un ápice de realidad o era otro de sus sueños tercos y rebeldes que solía tener por aquella época de su vida.  Pero las cosas estaban sucediendo delante de él como si realmente fueran ciertas. 

Se encontró con Javier Ponce, un amigo de siempre, portaba un regalo, estaba tan feliz y entusiasmado que pasó por su lado sin mirarlo, saltando con una alegría larga y rebosante: ¡mi viejito!... ¡mi viejito! –gritaba-  y muchos pasos más adelante vio una anciana vestida de novia, el bouquet y el vestido parecían una ruma de pergaminos arrugados y amarillos que terminaban de deshojarse en el aire, el velo estaba tan carcomido como las fisuras de sus dientes y estaba gritando a todos los que por su lado pasaban: ¡Sesenta años esperando!... ¡Sesenta años esperando¡… mientras otras ancianas le piden que se calme y le untan la nariz con agua florida. Minutos después Jaime llegó hasta el otro extremo de las masas, y fue ahí donde tuvo la certeza de que no soñaba al momento de sentir en su pierna izquierda los afilados dientes de un mastín que vigilaba un elegante anciano con apariencia de cera y sentado en una silla de ruedas a la que frenaba con su lujoso bastón. ¡No!... dijo tratando de razonar, el perro me mordió y me duele la herida!... !Estoy sangrando!... ¡No es un sueño!... todo esto es real,  tras mío no existe nada, ni campos ni montañas ni cielo, pero todo es real, no sé qué lugar del mundo de los humanos es este pero sé que estoy en él… ¿Qué es lo que esta gente está esperando?... es obvio que esperan algo que no viene todos los días o nunca antes vino a este mundo.

Jaime atravesó una vez más toda aquella parafernalia de hormigas humanas, y se detuvo frente al graderío del enorme atrio donde muchos individuos que semejaban una  fila de frailes estaban ahí parados con las manos y el rostro oculto en sus hábitos, formando una gran media luna y mirando hacia el descomunal umbral de la gran iglesia o del gran castillo.  

¡Definitivamente  algo se viene!... pensó, si no es otra visita de su santidad el Papa, es la segunda venida de nuestro señor Jesucristo- dijo en voz alta como pasar la palma de sus manos desde sus orejas hasta su nuca. Luego la incertidumbre de no estar preparado para tal acontecimiento le hizo agachar la cabeza, como un impío avergonzado ante los ángeles trompeteros bajo un cielo abierto como un libro. Minutos después un desgarrador y mordaz silencio se esparció por todos aquellos confines reunidos y la tierra se detuvo a las cinco y trece minutos de aquella apocalíptica tarde. Un extraño olor a advenimiento inundó los aires, marcando así el momento exacto en que el  colosal portón de robles gigantes empezó a descuajarse lentamente de los muros, hasta caer y hacerse añicos como una cripta egipcia en medio de una polvareda que azuzó aún más el desconcertado alboroto de los perros. De pronto… ¡Aleluya, aleluya! gritaron los viejos, los niños se silenciaron con violencia apretando más la mano de sus padres y una columna de extraños personajes ataviados de blanco hizo su aparición desde el fondo largo y oscuro de lo que parecía ser la nave principal de aquella fortaleza. Empezaron todos a salir y segundos después se veían interminables, pero al llegar al último peldaño del atrio rompieron la fila y se arrojaron con sus famélicos y pálidos brazos abiertos hacia la gente, y de repente todo aquel universo se llenó de gritos, risas, abrazos, llantos, vértigos, desmayos y fotos. Jaime no reconoció a nadie de aquellos extravagantes visitantes, los que no terminaban de abrazar y colmar de apretones y caricias a la gente. 

¡Aleluya, aleluya! seguía entonando un viejo arrodillado con los brazos y su bastón de palo al cielo… ¡Han vuelto!... ¡han vuelto! gritaba una campesina viuda junto a sus tres jóvenes hijos que estrujaban entre los dedos sus sombreros de puro nervios.  Jaime llegó otra vez hasta el anciano de la silla de ruedas que ya estaba sin la vigilancia de sus perros, que junto a toda la legión de canes que estuvieron ahí salieron espantados de aquel lugar, pero sin llegar a ninguna parte. Se le acercó al oído y con la esperanza de que esté vivo y le habló alto y claro: - ¡Señor!... ¡señor!  ¿Quiénes son esos individuos? 

El anciano levantó una de las manos con la que sujetaba su elegante bastón y se quitó el sombrero de paño negro, giró la cabeza un poco y sin mirarlo a los ojos le contestó: ¡Nuestros muertos!... han venido a visitarnos… y estoy esperando que me lleven… 

Un espasmo cimbró sus intestinos contra sus costillas, su mandíbula se le descolgó de pavor, su lengua desmayó en una violenta deshidratación, y un árido polvo le desoló la boca. Sin poder pronunciar plegaria alguna, Jaime comprendió entonces que todo aquel laberinto de capillas y ventanas rodeadas de jardineras de mármol no era otra cosa que el enorme cementerio de la ciudad, y el estruendo que se escuchó fue el crepitar de las lápidas que se quebraron juntas contra el concreto. Tomó su izquierda y sin dudarlo empezó a alejarse de todo aquello, sin saber hasta dónde. Pasó junto a su amigo Javier Ponce, quien a carcajadas abrazaba hasta los aires a su padre, enflorado hasta las orejas, y en ese momento recordó que él mismo estuvo en el funeral del anciano, y unos metros más allá, aquella vieja vestida con traje de novia estaba contrayendo nupcias con un joven, apuesto y difunto novio, después que la muerte los separó y la dejó vestida por sesenta años.

Al ver los últimos congraciados, que ya estaban sentados en unas mesas cubiertas de flores comida y vino, riendo a carcajadas de los chistes que contaban sobre almas y calaveras, apretó el paso y optó por alejarse aún más, pero de pronto, este se volvió pesado y tembloroso, empezó a apoderarse de él un espantoso e implacable deseo de detenerse y voltear tan solo un poco la cabeza, y la desgarradora sensación de que uno de aquellos recién llegados lo estaba mirando desde su costado más temeroso, terminó por petrificarle la mitad de su cuerpo contra el suelo.  

Apenas tuvo unos segundos para echar de menos a su familia que debería estar en el mismo lugar en el que el resto de la creación se había quedado esperando por él, antes de desorbitar los ojos y darse cuenta de que su padre era uno de aquellos de los que habían regresado.  Rápidamente volvió la mirada a su camino y apretó aún más el paso, sin creer en nada de lo que había visto. ¡No!... mi papá estaba vivo ayer… no es nada ni nadie¡ – dijo— ¡Estoy sugestionado eso es todo!... ¿De dónde se habrá escapado tanto loco en un solo día? Pero era inútil, irremediablemente volteó una vez más los ojos que ya pedían misericordia, y lo mismo, su padre estaba ahí, a pocos metros de él y acercándose.  

 Pasos más adelante se detuvo y levantó la vista al frente, y vio que no se dirigía a lugar alguno, puesto que no había nada delante de él, solo un lejanísimo horizonte que parecía haberse hundido en los profundos océanos del sol, puso sus manos en la cintura y echando el torso hacia atrás levantó el rostro hacia donde antes estaba el cielo y rezó, luego cerró los ojos y por unos segundos respiró lento y profundo, necesitaba oxigenar sus  pensamientos sorprendidos y aterrados, pero también hubo un momento en que sus pulmones llenos de aire se  congelaron violentamente, cuando escuchó la voz de su padre llamarlo por su nombre desde muy cerca. ¡Jaimito!... ¡Jaimito! - le dijo con una voz suave y clara, ¡Jaime¡... ¡Despierta hijo! ... ¡Jaime!...!Despierta!...¡Has dejado el DVD y el televisor encendidos!... ¿Jaime?...¿Estás sonámbulo? !Apaga tus aparatos!... eso te pasa por ponerte a ver películas tan tarde!... ¡Descansa que en un par de horas tienes que ir a trabajar¡...

 Jaime despertó, prendió la luz de su lamparín, se sentó en un borde de la cama y miró fijamente a su padre como nunca lo había hecho desde el día que nació, y vio que éste había envejecido, que sus pasos lo habían acercado en un buen tramo hacia la muerte. Luego de unos minutos prefirió pensar que somos todos los que cada día nos acercamos un poco más al final, y un par de horas más tarde, mientras se vestía para ir a trabajar, se preguntó si realmente la muerte era ese final que nos espera a todos, o por lo menos si era ese el fin de la vida tal y como la conocemos en este mundo.

 Por la noche después de tomar su baño fue a devolver las cintas de video que había rentado, iba pensando en que así como los vivos acostumbran visitar a los muertos, era razonable soñar que los muertos visitan a los vivos. Cuando indicaba su código de cliente al chico encargado, este le dijo: ¿Qué le pareció la película? - y luego de unos segundos agregó - Todos estaban muertos y no se daban cuenta. Jaime se quedó mirándolo y antes de salir apenas le respondió: Sí, todos muertos menos mi padre.

Cajamarca –Perú- 2000

Escritor Waldo Alfonso León Cabanillas (Perú)

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