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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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domingo, 26 de julio de 2015

Los poetas en La Urraka


MI AMIGA ALEMANA

I
Venezuela es un crisol de razas.

En varias ocasiones, mirando desde la terraza de mi casa, la había visto pasar.  Su porte es elegante, su caminar, pausado y armonioso; su mirar, inteligente y retador.  En ningún momento abrigué la esperanza de que algún día llegásemos a ser amigos y mucho menos que tuviese la suerte de acariciarla.

II
Hoy, después de almorzar, vine a casa y tomando una silla de mimbre, me senté en ésta sobre la acera de la calle.
De repente la vi.  Apareció en la esquina del sur; miró a la izquierda y, percatándose de que no venía ningún carro, cruzó raudamente la calle.

Yo, alelado, la observé.  Era hermosa: alta, elegante, catira y joven.  Caminó despacio por la acera de enfrente y cuando estuvo a la altura de mi posición me miró.  La llamé y ella tímidamente se me aproximó.  Mi corazón dio un vuelco.  Aquí a mi lado constaté cuán bella era: delgada, piernas largas y fuertes, cabello aleonado, cintura estrecha y pecho prominente.
La saludé con un “hola”, y aunque supe por su mirada que me había entendido, no me respondió.
Por mi mente atravesó el fugaz pensamiento de que fuera muda, y como si hubiera leído mi mente, lanzó una serie de voces que no pude entender.
¡Es obvio - me dije- no habla mi idioma!
La observé detenidamente y concluí que era alemana.  Alguna vez había leído acerca de esta raza: blancos, elegantes y muy inteligentes.

Me armé de valor; alargué la mano y le toqué, nerviosamente, su cabello.  Ella, además de permitírmelo, alzó su mano derecha y la puso suavemente sobre mi rodilla izquierda.  Se la tomé y acaricié un par de minutos.  Era suave y tenía  bellas uñas, largas y cuidadas.

En un momento cualquiera fijó sus ojos en los míos.  ¡Cuán hermosos eran! Mi daltonismo no me permitió saber si eran verdes, color miel o simplemente amarillos.

Un grupo de chamitos que, vestidos como beisbolistas, pasó a nuestro lado gritando obscenidades, interrumpió nuestro romance.
Ella me dijo algo que interpreté como: gracias, nos vemos mañana o chao, y con un gesto muy coqueto frotó mi brazo con su cabeza y lentamente como llegó se fue.

La vi perderse en la distancia, ondulando su melena rubia y bamboleando su hermosa cola.  Absorto, pensaba cuán excitante  había sido este día, aunque lamentaba no haber logrado entender su idioma; no saber siquiera cuál era su nombre propio y, a despecho, opté por llamarla por el común: Perra.

Escritor y poeta Fires Parra

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