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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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jueves, 14 de mayo de 2015

La música popular en La Urraka

FOLCLOR VALLENATO

CANCIONERO DE NOSTALGIAS

Por: Jesús María Stapper

“En el confín de la ensenada, buscaba tu alma con alegría! Reza una vieja canción vallenata. Nostalgia pura. Furor reminiscente. Conmovido abrazo de lo intangible hecho esperanza… hecho: mujer amada, aunque a veces imposible de conquistar. Estampa divina del amor soñado. Esculpir sagrado de la fruta sensual. En las hojas de los árboles de cañagüate (cañahuate) del Cesar y sus flores amarillas de leyenda, y su aroma de éxtasis alucinante, se cuentan los días que suman el tiempo. Los días caídos, los días que nacen. Días prósperos y días grises. La nostalgia de hombre del folclor vallenato se clasifica en cinco tiempos: pretérito, presente, futuro… y más allá en el ayer, y más allá  en el mañana. En lo posible vallenato, un día, hoy, se repite a sí mismo, siete veces. Depende de lo pretendido y lo logrado y lo perdido.

Colombia es un país de contrastes espontáneos y perdurables. Quizás, de manera inherente, albergamos, cada uno de nosotros, una  fábrica de lamentos, y al mismo tiempo, en dualidad conjugada, una estampida de carcajadas.  Aullidos de juglar. Carcajadas de arlequín. Somos una manifestación de quejas trashumantes. Incluso lamentamos, al evocar estremecidos,  entre lo que es un suceso: lo alegre, lo conquistado. A “cada instante” el corazón del hombre colombiano se desborda en llanto cuando resuella entre explosiones de alegría. Alegrías y penas  se abrazan y  sonríen entre lágrimas para señalar lo que somos: ¡un estadio de emociones! Vivimos la felicidad, mitigamos el dolor. A toda hora es la hora de celebrar. Todo es un índice para ir a la fiesta… a la parranda, y en la misión del ensueño: ofrendar en mitad de la noche, una serenata, fuere de llegada o de despedida. Obnubilados vivimos nuestra perpetua embriaguez. La cuota inicial de estos contrastes tal vez comienza por nuestros suelos y sus formas de llamarse: en la Región Caribe: la sabana, en los Llanos Orientales: el estero.  Aquí la música vallenata, allá el folclor llanero… acullá: la música andina.  En conjunto nacional tenemos por lo menos una suma de mil folclores. Somos regiones y formas de ser y de vivir. Es bendito ser lo que somos… así no lo sepamos. Vivimos para ser un paraíso musical luego somos una enciclopedia de canciones.

Del costal de añoranzas y deseos del hombre del Cesar y de la Costa Norte colombiana,  brotan canciones como florecen por millares diarios, las rosas eternas de un paraíso virgen. Hacer la suma de canciones desde Francisco “El Hombre” hasta hoy, es igual a contar las hojas de los árboles de la más tupida y extensa de las maniguas. Ignoramos si en esos territorios existen más árboles o más juglares. Los compositores emergen como palmeras multiplicadas por milagro en una plantación privilegiada. La música vallenata entre repiques de caja, entre chasquidos de guacharaca, entre notas de acordeón, y los rumores que con el viento envía de sus sones, paseos, merengues, puyas y tamboras, ofrenda el legado musical más importante de América Latina. Todo empezó como un cuento vernáculo donde una melodía corría más que la voz, donde una melodía decía más que la palabra franca, que la palabra nerviosa que por enamorada surtía gran efecto. Entonces una canción dura más que el más entrañable de los besos. Una canción bien escrita y bien interpretada enriquece más que el dinero. En cada letra un juglar dice de sus contingencias diarias. De las precariedades y  victorias de su epopeya existencial. Narra lo cruento de sus pobrezas, de sus anhelos, de  las partidas y de los regresos. Una canción vallenata es una ausencia que a diario está presente. El folclor vallenato es, será, un -cancionero de nostalgias-. Es además, una construcción sin tregua, de veinticuatro horas diarias, sin un día para el descanso.

El tiempo pasa y la música vallenata se reafirma. No es un eco de efímera resonancia, es una voz que perdura. Es el canto de un pueblo sui generis que se narra a sí mismo. Desde el año 1968 cuando inició el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, este folclor parrandero, música bailable de tarima, enamora de veras. Su evolución  es evidente. Su difusión es universal. El éxito logrado suma más de lo soñado. Es una música que no envejece, no obstante, la partida eterna de sus creadores, ellos son los juglares que siendo hombres agrestes con olor a campo, inmortalizaron sus quejas, para que en sus dimensiones de tótems, la inmortalidad guarde vivos sus espíritus. De ayer a hoy, generaciones de compositores y músicos y cantantes vallenatos parten y otras generaciones nacen. Se fueron Alejandro Durán, Juancho Polo Valencia y miles más, y nacen como por encanto, Los Niños del Vallenato y  centenares de músicos dispersos por calles, caminos y veredas.

Ojalá  que la música vallenata –cancionero de nostalgias- no pierda  su razón de ser, su identidad, su valor, su trascendencia.  Que no pierda su grandeza, que  no se llene de mediocridad, y sea pronto, sólo una fugaz e insulsa moda, y entre en decadencia letal.  Rogamos que no perezca escondida, por vergüenza, en el “viejo baúl” del ostracismo y de los recuerdos extintos. En imperativo respetar el  invaluable legado que contiene.  En cada canción vallenata se encuentra una pócima de nostalgia… esa es la verdadera estirpe de su cancionero… es la leyenda viva del folclor vallenato: la particular leyenda musical de América y del Mundo.

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