Bienvenidos: Revista La Urraka Internacional


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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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viernes, 26 de julio de 2013

El ensayo en La Urraka

  Reciclando la historia
                                                                                    Domingo Bioo: el precursor de la Independencia  de Cartagena.
                                                                                                    Padre Ángel Valtierra S. J.            

      Cuando el visitante al Palacio de la Inquisición de Cartagena de Indias traspasa la puerta de entrada, lo recibe una “advertencia” que le dice que la Academia de Historia de la ciudad está revisando algunas de las afirmaciones que ha hecho en sus textos el historiador cartagenero Eduardo Lemaitre. 
      La duda o inquietud que podría causarle al visitante este curioso letrero, por decir lo menos, tiene plena justificación cuando se empiezan a recorrer los patios interiores del Palacio de la Inquisición de la bella ciudad de Cartagena de Indias, y se encuentra con  los elementos de tortura utilizados por la Santa Inquisición en los siglos XVII y XVIII. Cada uno de estos aparatos, ideados para producir el más profundo dolor en un ser humano, y arrancarle una supuesta confesión cierta o falsa de actos que se le imputan, están referenciados en un papelito que habla del nombre del artefacto torturador describiendo su utilidad, pero haciendo la salvedad de que jamás fue usado en la Ciudad Heroica. 
      La horca que asesinó a Benkos Bihojó, también está descartada en el mencionado escrito como una de las ingeniosas máquinas de muerte utilizadas en la época inquisitorial.
      Se pregunta entonces el desprevenido visitante: si estos armatostes, salidos de lo más perverso de la ocurrencia del hombre para doblegar la voluntad más férrea mediante la tortura en la Cartagena de Indias, cuatrocientos años atrás en pleno apogeo de la Inquisición jamás fueron utilizados, ¿con qué propósito se construyeron, permanecieron y permanecen aún hoy en día, en el llamado cariñosamente Corralito de Piedra? 
      Entonces el visitante encuentra explicación a la “advertencia” del letrero que lo recibió. Lo que subyace tal vez en el fondo de este hecho, es que la historia es el resultado de quien la cuenta.
      El blanco español que habitaba en la Cartagena de Indias del año 1600, en un número aproximado de dos mil, era un grupo totalmente impenetrable, inaccesible, apartado de las legiones de negros que llegaban a la ciudad en condición de esclavos. La única relación de estas dos comunidades era la del dominio absoluto de los primeros sobre los segundos: amos-esclavos.
      Para justificar el rechazo a los esclavos por el color de la piel, se recurrió a la gran idea, sacada de un cubilete, en la que se sostenía que carecían de alma, y por lo tanto no eran humanos pudiendo ser encadenados y herrados sin que la conciencia hiciera objeciones ante Dios o ante otros hombres. Esto lo reafirmaba el jesuita Alonso de Sandoval cuando les predicaba: “Es más hermoso ser cautivos en tierra de cristianos, que libres en su África dónde jamás serían bautizados permaneciendo con nombres de moro o de gentil, y siendo hijos del demonio”. Y siglos antes Aristóteles, refiriéndose a la esclavitud, enseñaba “que unos hombres nacían para ser libres y otros esclavos”.
      La denominación de etíopes hecha por el padre Alonso de Sandoval, aludía a hombres de rostro quemado y a hombres monstruosos, “en el sentido doble de estar fuera de la normalidad física y moral, y posiblemente en poder del demonio”
      La cristianización del negro no era considerada como un derecho, o un acto de fe surgido de la religiosidad de los españoles. Tenía una función fría y calculada: el sometimiento anímico desde lo más profundo del aliento del esclavo. De esta manera no sólo debían asumir su esclavitud, sino enquistarla en su siquis como algo ineluctable porque eran seres inferiores que se les agraciaba con el don del bautizo y el dominio del hombre blanco, europeo y civilizado, que les imponía su lengua, su religión, sus costumbres y comportamientos, a pesar del rechazo de que eran objeto. Las mujeres españolas le reclamaban a Claver por llevarlos a la misma misa a las que ellas asistían teniendo que soportar sus malos olores, y eran tan crueles en los castigos con el negro esclavo como los mismos hombres. Sin embargo, estas mismas mujeres que los despreciaban en sus misas, acudían al “palmeo”, como se llamaba al acto de hurgar los genitales de esos cuerpos fuertes y viriles, so pretexto de comprobar su vitalidad y salud, cuando se exponían para la compra-venta en la “feria de negros”.
      Con estos determinantes y el de que la América, sin la fuerza de los negros se hundiría  en la total ruina según lo definido por el Consejo de Indias, se empezó un tráfico avalado por la corona española y bendecido por la iglesia, que últimamente ha pedido perdón por las atrocidades de la inquisición.

     Definidos estos dos grupos humanos que eran totalmente independientes y no conformaban una sociedad, pues al esclavo no se le reconocía ninguna interacción en la comunidad blanca, ya que sólo era tenido como una bestia de carga, determinado únicamente para el trabajo y que paradójicamente carecía de la menor lectura laboral. Para él no existía ningún tipo de legislación que lo protegiera o le garantizara derechos, y por lo tanto tampoco podría decirse que en este instante fuera considerado un ser social. Ser social no es sólo el que conforma por libre voluntad -que no era el caso- un grupo de los de su misma especie, sino que también es un sujeto de derechos y los negros africanos traídos encadenados a nuestras costas, carecían de ellos en lo absoluto.
      En este estado de cosas no hay conflicto, puesto que no hay sociedad. Un conflicto se dará cuando trasciende lo individual y proceda de la misma estructura de la sociedad y ya hemos dicho que los negros esclavos no conformaban una sociedad. Lewis A. Coser lo define como una lucha por los valores y por el estatus, el poder y los recursos escasos, en el curso del cual los oponentes desean neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales. 
      Para Ralf Dahrendorf, el conflicto es un hecho social universal y necesario que se resuelve en el cambio social. 
      La llegada de los negros africanos a nuestra costa caribe, era un acontecimiento obligado por la fuerza del dominador europeo: holandeses, portugueses, ingleses, franceses etc, que obtenían ingentes ganancias al secuestrarlos en su continente y traerlos encadenados para venderlos. Era un acontecimiento de cifras que representaban dinero. Se dice que el jesuita Pedro Claver bautizó más de trescientos mil, y que el total de negros traficados en el mundo alcanzó la cifra de veinte millones de esclavos. 
      Este tráfico se convirtió en hecho histórico con las primeras insurrecciones de los cimarrones, tal como lo fue en la Roma Imperial el alzamiento de Espartaco en el año 72 a. c, logrando de esta manera entrar a la historia. 
     Escapados de sus amos, conformaron palenques gobernados con sus propias normas y comportamientos, su propia economía, y la expresión de su religiosidad que los españoles consideraron siempre como demoníacas. Pero no se quedaron en estas instancias, querían libertad e independencia absoluta del blanco español, y por causa de ello entraron en conflicto armado con el esclavista, conflicto armado que llegó a lo cruento. 
      Domingo Bioo, bautizado con este nombre probablemente por el jesuita Pedro Claver, pero que en el transcurso de estas líneas respetaremos con su verdadero nombre africano de Benkos Bihojó, fue el gran líder que encabezó la rebelión de los palenques, y que a pesar de que nuestros historiadores lo mencionan poco, el jesuita Ángel Valtierra lo llama “el precursor de la independencia de Cartagena de Indias”. 
      Como todos los negros traídos del África, Benkos Bihojó llegó encadenado a nuestras costas por el traficante portugués Pedro Gómez Reynel, quien se lo vendió al comerciante Pedro Palacios y este a su vez al español Alonso del Campo en 1596.   
      Se dice que lo pusieron como boga en el río Magdalena. Algún buen día la embarcación que impulsaba zozobró, y ese hombre, que remaba encadenado a una canoa, aprovechó para huir. Le seguirán otros hermanos de origen y raza. Acá se zanjan por completo las diferencias que tenían en el continente africano. Inclusive luchas tribales ancestrales son prontamente dejadas a un lado. Hay un enemigo común: el blanco que los somete de manera feroz e inhumana.

      Como todo ser de condición social y gregaria, cuando se reúne con otro u otros de su especie tiende, luego de salvar la vida, como en el caso de estos fugitivos, a organizarse. Escogen para ello un lugar de penetración de difícil acceso, con una fuente de agua. Entre nosotros los africanos lo llamaban Palenque, porque lo rodeaban de una empalizada muy fuerte y apretada, afiladas las estacas en sus puntas para contener al enemigo. Los africanos llegados al Brasil los llamaban Quilombo, y los de Venezuela Cumbes. De esta manera construyeron vínculos sociales.
      “Domingo Bihó, esclavo originario de Guinea, en una de esas incursiones como fugitivo por el sur del territorio de la provincia de Cartagena, halló un espacio para establecer un poblado y atrincheró su población con palizadas, constituyendo el palenque de la Matuna”. María Cristina Navarrete. Cimarrones y Palenques en el siglo XVII. Pag64. 
      Y citado por la misma autora: Dice fray Pedro Simón que en tiempos del gobernador don Jerónimo de Suazo Casasola se inició un alzamiento de los cimarrones en Cartagena, debido a los malos tratamientos que Juan Gómez, vecino de la ciudad, daba a Domingo Biohó y a otros de sus esclavos.   
      “Los esclavos prófugos tenían hecho un fuerte de madera y faxina, que si se pusieran a defenderlo fuera necesario batirlo, y se passara muy grande trabajo en tomarlo, por ser necesario entrar con el agua y el cieno a los pechos. Pero esta vez los negros, en vez de resistir, desampararon su palenque y huyeron, no obstante algunos fueron muertos, cuyas cabezas se truxieron, se les tomó, en fuga, un considerable arsenal de armas, y se supo o supuso que una de las ambiciosas intenciones que tenían, era caer sobre Mompox y luego sobre Zaragoza”. 
      Y más adelante el mismo gobernador en carta citada por el historiador Lemaitre:
      “No fue posible, por ninguna vía humana, poderlos acavar de destruir, y ansí, tornaron a rehacerse, juntando y conbocando a otra cantidad de negros que serían más de sesenta piezas entre varones y hembras, los que hicieron un palenque fuerte con su estacada de madera en una ciénaga metida en el corazón de otras muchas”. 
      En marzo de 1621, para justificar el asesinato de Benkos Bihojó el gobernador de Cartagena, Don García Girón de Loaiza, escribía al Rey:
      “Cuando llegue a gobernar esta provincia una de las cosas que allé más dignas de rremediar fue un alzamiento que abia abido en esta ciudad de unos negros cuyo caudillo y capitan fue un negro llamado Domingo Bioo (sic) negro tan belicoso y baliente que con sus embustes y encantos se llevaba tras de si a todas las naciones de Guinea que abía en esta ciudad y provincia”.  Cito textual tal como aparece en el libro del padre Ángel Valtierra.

      ¡Mompox! ¡De Cartagena a Mompox! La gesta libertadora no empezó en el caribe colombiano en el año de 1810, tuvo sus inicios dos siglos antes, posiblemente en el año de 1610. Eso bullía en las cabezas de estos guerreros libertarios. Quizás no con la organización política y militar de los blancos criollos que realizaron todo el proceso independentista dentro de una temporalidad clara y de absoluta conciencia de lo que querían para ellos, sus familias, y las tierras donde nacieron. Sin embargo, al igual que les ocurrió a los negros cimarrones en un principio, ellos también pretendieron una emancipación a medias, con un rey que los gobernara desde estas provincias y no residenciado en España. Cuando se empiezan estas revueltas, no existe entre sus gestores una claridad absoluta de cuales son sus propósitos, adonde quieren llegar, y cuánto les costará en vidas, tiempo y economía. 
      Benkos Bihojó sólo pensaba en quitarles las cadenas a sus hermanos negros, y ojalá volverse con ellos a su África ancestral de donde fueron arrancados brutalmente. 
      Los criollos blancos, descendientes de los españoles esclavistas, luchaban por la autonomía de poseer estas tierras con su propio gobierno y organización social, sin pensar un solo momento en hacer extensiva esa autonomía y libertad al negro que aún permanecía esclavizado, continuaban esclavizando y lo harían hasta bien entrada la república en el año de 1852.
      ¡Qué difícil fue arrancarles las cadenas a los negros africanos o a los nacidos en América! Los dueños seguían valiéndose de mil triquiñuelas para no perder su mercancía. ¿Cuántos próceres independentistas se negaron a concederles la libertad a los ya manumitidos? Nunca lo sabremos, pero debieron ser muchos. No todos estos luchadores por la independencia neogranadina van a tener la conciencia del comunero José Antonio Galán, quién en 1781, y por primera vez, libera a un grupo de negros esclavos en las minas de Mal Paso.
      Por su parte el libertador Simón Bolívar en su gesta independentista que concluyó en 1819, empieza a hablar de la igualdad de razas. Pero fue sólo hasta 1821, mediante un proyecto de ley, que se dan los primeros pasos para la abolición de la esclavitud. 

      Volviendo con Benkos Bihojó, el gobernador de Cartagena de Indias en el año de 1621, Javier Girón de Loaiza, en la mencionada carta que le escribió al Rey de España el 28 de marzo, luego de que lo ahorcó y descuartizó:
      “Finalmente este Domingo Bioo hera recetáculo de todos los urtos y fuga de los negros de esta ciudad por lo cual toda ella me pedía el remedio”. 
      ¡Miedo¡ Eso sentía la sociedad blanca española por los años de 1600. Y no era porque Benkos se robara unas vacas y les quitara las cadenas a un grupo de esclavos. El miedo les asaltaba porque quería algo más que eso: la libertad absoluta del amo español. 
      La historiadora Ana María Splendiani afirma que la santidad de Claver fue una invención de los españoles asentados en Cartagena, para mimetizar el trato brutal que se dio a los hombres negros traídos del África, y encadenados en calidad de esclavos.
      Lo que en un principio, al huir despavoridos hacia las selvas y pantanos sólo fue un acto casi instintivo para salvar la vida, se convirtió, con el correr de los días al lograr una organización social, en una gesta libertaria de hombres aprestados militarmente que empezaron una guerra de guerrilla, y que la historia maliciosa ha pretendido pervertir reputándolos como roba pollos y salteadores de Caminos. 
      El cabildo de Cartagena declaró una guerra a muerte contra los negros cimarrones de los palenques. Se legisló pero contra los negros: Diez pesos de gratificación para “el yndio o español que prendiere y entregara a un negro”.
      Y empezaron a organizarse expediciones punitivas.
      Los guerreros de Benkos Bihojó conocían y ponían en práctica estrategias de combate que traían de África o aprendieron por fuerza de las circunstancias con el correr del tiempo y el desarrollo de los acontecimientos. La principal de ellas era que conocían el terreno y podían recorrerlo hasta en la más profunda oscuridad, lo que no le estaba dado a las tropas españolas. De esta manera asaltaban la ciudad fundamentalmente de noche, cuando los espíritus de sus antepasados, y sus dioses, podían protegerlos volviéndolos invisibles a los soldados. El esoterismo y la magia hacían parte de la siquis religiosa de estos valientes luchadores que la incorporaban a la guerra. De alguna manera los ejércitos modernos perpetúan esta entelequia a través de las drogas o las arengas patrióticas o patrioteras a los soldados que los conforman, o las misas que se ofrecen para derrotar al enemigo, ojalá sin que se produzcan bajas.  Esto es tan antiguo casi como la humanidad. Hay que llenarse de valor para ir al encuentro de la muerte.
      Se prohibió que ningún negro, ni siquiera en su condición de liberto, y menos esclavo, portaran armas dentro de la ciudad porque podrían ser sancionados hasta con la extirpación de sus genitales.  
      Fue la declaratoria de una guerra a muerte como lo harían doscientos años después Bolívar o Morillo.       Los Guerreros de Benkos no robaban pollos, en varias ocasiones tuvieron en jaque a Cartagena impidiendo que entraran alimentos y paralizando el comercio por mar y tierra. No eran asaltos caóticos a las haciendas de los españoles. Querían algo concreto: ¡TOMARSE LA CIUDAD! Posiblemente Benkos Bihojó llegó a pensar que de esta manera estaría en condiciones de apoderarse de algunos barcos, y regresar a su África con sus guerreros y mujeres, y el mayor número posible de negros sometidos a la esclavitud. Ante esta imposibilidad, su reflexión debió ser quedarse en sus palenques, exigiendo a las autoridades de Cartagena que los dejaran tranquilos con su propia organización social y economía. Por eso luchaban en condiciones de desventaja, pues su armamento, en su gran mayoría, estaba compuesto por macanas, hachas, machetes, arcos y flechas, y algunos mosquetes arrancados a los soldados españoles en las escaramuzas que con estos sostenían cuando pretendían tomarse por asalto los palenques y los derrotaban. 

      Pero lo más importante de la lucha heroica de Benkos Bihojó fue su ejemplo y el legado que dejó a los negros esclavos africanos, y posteriormente a los negros criollos que seguían huyendo a los palenques conformando verdaderos batallones insurreccionales por más represión y mentiras que le contaran los gobernadores de Cartagena a la corona española: “el dicho domingo Bioo muriese por justicia y assi le aorcaron a los diez y seis de marzo con lo qual han quedado todos los negros muy quietos y pacíficos”, afirma en la ya varias veces mencionada carta dirigida al Rey, el gobernador de turno Don Javier Girón de Loaiza. 
      Nada más lejos de la verdad. Los negros no sólo no se quedaron quietos y pacíficos, sino que la rebelión se regó como la pólvora y los palenques se multiplicaron. Al finalizar el siglo XVII a más del de San Basilio aparecieron en las Sierras de Luruaco los siguientes: Betancurt – Matudere o Tabacal. En la Cienaga de la Matuna- La Matuna. En la Sierra de María -12 palenques para no nombrarlos todos. En el Valle del Patía- Mata Redonda. En fin, a ambos lados del los ríos Cauca y Magdalena, las riberas se erizaron de palenques y aparecieron otros Benkos que no querían declinar sus sueños de libertad. Con el oro que robaban en las minas, seguían comprando armas y organizando legiones de cimarrones que preferían morir a volver a la ignominiosa esclavitud. Eran dueños de sus vidas y de su autonomía. En este medio rural e inhóspito conformaron sus propias comunidades, con organizaciones políticas soberanas, modos de producción muy particulares y a su manera, donde todo era corporativo, y una nueva visión del mundo que avanzó y se consolidó en lo sincrético en cuanto a lo religioso, lingüístico, e inclusive político y comportamental. La organización blanca europea había hecho su trabajo en la interrelación con el esclavo y el manumitido, al igual que con el indígena, dando paso a lo pluriétnico y pluricultural. El temor que asaltó a la dirigencia española con el Rey a la cabeza, de la mezcla de las razas o etnias, inexorablemente se había llevado a cabo. Ya no podía hablarse de blancos, negros o indios, aparecieron los mestizos: zambos, mulatos, y todas las derivaciones o mezclas de las tres razas.
      Y una vez más la historia demostró que las arremetidas punitivas de cualquier conquistador o colonizador, como en este caso en que se dieron ambos eventos o hechos históricos, podría retardar por un tiempo los sueños de libertad de un pueblo, pero jamás perpetuar su opresión en tiempo y espacio. El avance de la humanidad en este aspecto es lento, precario. La ciencia, la tecnología y el arte avanzan de manera esplendorosa, pero la organización social no tiene el mismo desarrollo para que el conjunto de sus componentes prosperen del mismo modo, quizá porque dentro de los grupos humanos, y aún entre los países, existen intereses opuestos que marcan desproporcionadas desigualdades que benefician a unos y condenan a otros.  
      Benkos Bihojó desapareció físicamente pero sus ansias de libertad impregnaron el alma y la piel de otros esclavos que preferían morir antes que volver al sometimiento del opresor blanco. Era una cuestión de vida o muerte, puesto que continuar con grilletes y las espaldas rasgadas a latigazos, más una marca de propiedad en la mejilla o en el pecho, era no tener vida ni dignidad.
      Por un tiempo los tambores de guerra de los palenques callaron, pero cuando estos hombres valientes se volvieron a reagrupar y organizar, se reiniciaron los asaltos a las haciendas y a los caminos para decir de esta manera, “no cejaremos en nuestra lucha por ser libres”. Hubieron de transcurrir casi 100 años del asesinato de Benkos Bihojó, para que la corona española declarara que concedía la libertad a los habitantes del palenque de San Basilio.

      Nuestra historia, por lo menos en los textos que se les dá a los estudiantes, ha sido mezquina en la mención de estos guerreros libertarios. No hay un solo libro de bachillerato que los mencione con la importancia y admiración que merecen. Si se hubiera hecho, los prejuicios raciales con absoluta seguridad no tendrían la dimensión actual.  Los próceres para nuestra historia arrancan de 1810 en adelante, cuando deciden decirles a los españoles peninsulares: Quítate tú para ponerme yo. Queremos ser los dueños absolutos de todas estas tierras de America del sur sin compartirlas con nadie. 
      No todos los que emprendieron la rebelión contra el imperio español, tuvieron el ideario de El Libertador al concebir una patria sin exclusiones en donde todos fuéramos sujetos de verdaderos derechos y no enunciaciones de unas leyes que los mismos colonizadores empezaron a burlar cuando decían, “La ley se acata pero no se cumple”, equivalente a nuestro moderno “La respeto pero no la comparto”, cuando estamos pensando en torcerle el cuello a una sentencia judicial. Desafortunadamente la gesta libertaria se convirtió en una suma de muy particulares intereses que aún continúan enfrentándonos, dos siglos después de expulsar a los chapetones. 
       Por eso he dicho al comienzo de estas páginas que el resultado de la historia tiene mucho que ver con quién la cuenta o escribe. Hegel tenía razón cuando se refería a los individuos históricos. Bolívar era y es un individuo histórico. Este pequeño discurso pronunciado en la aldea de Huaylas en el Perú, donde las desigualdades sociales eran escandalosas, así lo reflejan: “Todos los ejércitos del mundo, les dijo, han marchado en nombre de reyes, en el interés de hombres poderosos; marchad vosotros los primeros por las leyes, por los principios, por los débiles, por los justos”. 
      Los hermanos Gutiérrez de Piñerez, al igual que sus hermanas, tuvieron grandes méritos. Pero antes que estas mujeres patricias, las negras palenqueras, no las que ahora mantienen como matachines en las playas vendiendo frutas y posando con las reinas de belleza, fueron a la guerra con sus hombres. Una de las más destacadas fue la mujer llamada Leonor, a quién en ocasiones llamaban la Reina, y otras veces la Capitana. Esta mujer dirigía el palenque El Limón, gobernando a más de trecientos fieros cimarrones que obedecían sus órdenes con total respeto. 
      Se cuenta en las crónicas que en una ocasión los guerreros del Palenque que regía la valerosa mujer que llamaban la Reina, atacaron e incendiaron la hacienda de un español llamado Pedro Martínez. Mataron dos blancos, dos negros y dos indios y liberaron a muchos esclavos llevándoselos con ellos. Ya en el palenque, la Reina mató a un blanco y a un indio para beberles la sangre.
      Esta belicosa Leonor está adobada con otras referencias que ciertas o no, indician el espíritu combativo de las mujeres negras en su lucha libertaria. Las mujeres blancas de los criollos independentistas recogían fondos para la guerra, y zurcían ropa para los ejércitos patriotas, y esto era de muchos méritos, pero las negras cimarronas iban directamente a la guerra y muchas de ellas murieron en el combate o posteriormente en manos de sus antiguos amos cuando eran recapturadas. 
      Los hombres y mujeres gestores de la independencia de 1810 no tuvieron la generosidad, la sensibilidad, la grandeza, o el patriotismo de decir: Vamos a liberar a todos los negros esclavos para que nuestra causa sea completamente justa, y además por conveniencia para que engrosen los ejércitos que luchan contra los peninsulares. No se les ocurrió por un instante pensar de esta manera, por el contrario, cuarenta años después, en 1852, eran reacios a permitir la liberad de los negros descendientes de los africanos que arribaron a nuestras costas doscientos años atrás.  

      Y hoy en día, cuando han transcurrido exactamente cuatrocientos años desde que los señores inquisidores llegaron a Cartagena de Indias, y los negros actuales gozan de una aparente libertad, siguen siendo discriminados y perseguidos únicamente por su color de piel. 
      Hace poco escuché referir por televisión a una cronista del carnaval de Barranquilla, que el origen de bailar la cumbia arrastrando un pie, se remonta a las épocas aciagas de la esclavitud, puesto que los hombres, a pesar del dolor que llevaban en su alma, sentían y creían en la vida al escuchar sus tamboras, y bailaban arrastrando una pesada cadena que aprisionaba uno de sus pies, quizás con una enorme bola de hierro para que la huida les fuera imposible. Más eficaces que los actuales brazaletes electrónicos, pero menos humanos. Esto, que podría herir la sensibilidad de cualquier persona, fue sólo una referencia más de nuestro folclor. 
      En conclusión pienso que la historia no es totalmente objetiva y se matiza según quien la escriba y los intereses de los referentes. Nuestra historia ha sido discriminatoria con los negros que arribaron a la Nueva Granada como bestias, falseando en algunas ocasiones la infamia que con ellos se cometió, y en otras deformando sus movimientos libertarios. Si no tuvieron gran figuración en las gestas independentistas de 1810 en adelante, fue porque no se les permitió participar en ellas, a excepción de Bolívar que les prometió la libertad si formaban parte de los ejércitos patriotas. No hubo grandeza para con nuestros esclavos. 
      Con el tiempo se le dará a Benkos Bihojó el sitial que se merece en nuestra fragmentaria historia. Es cuestión de justicia e identidad pues el hombre negro continúa siendo no sólo relegado, sino fracturado dentro de nuestra sociedad únicamente por su color de piel.

Escritor Carlos Colón Calado (Colombia)                                                                                                          

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