Amores calmados
Eres como el agua,
transparente y cristalina
que se esconde entre piedras,
sortea obstáculos con fluidez
para ir a besar el mar
con boca de lactante.
Bajó la mirada,
la taza de porcelana quemaba.
Dio vueltas al té de canela y rosas,
pareciera estuviera buscando algo
en la arista coloreada del borde.
Cuando encontró lo deseado,
apoyó los labios y bebió hasta el fondo.
Ondas se formaban en círculos concéntricos.
Y ella en el lago jugando.
En su transparencia,
las huellas de los pájaros
hablaban con voz desenfocada.
En el aire reseco, flotaban ardores de viejo.
Estaba fuera del tiempo donde tomara
a las corolas dulces de las mejores flores
que ya se fueron con el viento de los años.
La vio salir cual ninfa de agua.
La camisa se entreabría mostrando
unos senos pequeños y blancos;
capullos a reventar
tras la ventana de su cuerpo.
Paredes prohibidas
ante el honor del anciano.
Te cuidado, no le hagas daño
que aunque es fuerte tu deseo,
mayor recompensa con el tiempo.
Demasiado joven para tanta magia.
Dejar nacer la flor del cerezo
y cuando caiga,
surgirá el sabroso fruto.
Vio cómo desaparecía al cruzar el puente,
donde pequeños jardines dan paso
a los campos inmensos con matorrales altos.
Dejó la taza sobre el mantel blanco,
todavía la marca de sus labios se veía.
¡Oh, qué amargo deleite
buscar señales suyas, seguirlas
y besar donde rozó su boca!
Poeta Ana María Lorenzo (España)
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