Bienvenidos: Revista La Urraka Internacional


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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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domingo, 13 de febrero de 2011

Urrakacuento

Hombre sentado

Se tragaba todos los dolores. Ya se acostumbrara. No había dolor que no estuviera acostumbrado a tragarse. Todos ellos. Fríamente se los tragaba. A veces se los masticaba. Lentamente. Todo a su alrededor era lento. Denso. Todo ello era denso. Densidades estratificadas que se le encobrían, se le involucraban en capas. Como una cebolla. Él no comía cebollas.
Sus movimientos eran raros, de la cama al asiento delante de la pared que no se abría en ventana, sino que se cerraba en pared. Asimismo, sus ojos allí paraban. Allí, en el espacio en el que solo el ojo del hombre sentado podía ver. ¿Ver? ¿Sería una brecha? ¿Existiría la posibilidad del ojo buscar y arrastrarse por los intersticios invisibles e 'imposibles' de la pared?
Comía dulces y bebía mate. Sin azúcar y caliente. No escuchaba la radio. sin embargo, siempre encendía el aparato. Una estación más allá de las voces chirriaba dialectos singulares y antiquísimos. Sus ojos por breves instantes parecían brillar.
El tiempo era impreciso, ya no era posible determinar si las prisas eran de Kronos o Aión, o si se decidiera dejarle su cuerpo para uno y lo que quedaba para el otro. Más bien parecía que había ya rellenado su parcela de lo real con varias toneladas de memoria y delirio.
Por el substantivo 'loco' estaba definido por su familia. Nunca le venían a ver, pero le pagaban a una señora para que le limpiara el pequeño piso. Ella llegaba risueña, contenta, pequeñas e infames chistes en los labios, barriga voluminosa y satisfecha, a espantar fantasmas y polvo con su escoba encantada.
Él le ordenaba a su misma máscara que forzase una sonrisa. Cordialidad. Y lo que se le salía era una mueca graciosa que le hacía a la mujer sonreír y decir más tonterías.
La señora era un viento. Soplaba fuerte todo el silencio y la soledad del espacio del hombre, pero cuando se iba, la gravedad se les empujaba hacia bajo. Él realmente no sabía si le gustaba el ahora o el antes de ello.
¿Qué ves?, a veces le preguntaba la mujer, a lo que él contestaba 'la ciudad de la memoria'. Ella se reía. Calentaba más agua para el termo, le preguntaba si no quería cambiar la yerba del mate. "Un paquete de cigarrillos" le respondía más que le pedía. "Ellos me han dicho que no puedes fumar" y él sonreía. Ella le traía el tabaco y él incendiaba el lugar. La cerilla candente por algunos segundos delante de los ojos y en seguida el humo desplegando y abrazando el aire en una danza erótica. Lascivia. "Se aman". Decía él. ¿Quiénes?, preguntaba la mujer. "El humo y el aire. La carcajada era de ella, el silencio de él. "Usted es raro, eh?". "Así es", decía el verbo a pensar en la conjunción "e". Este era el problema. La finitud de las cosas y de sí mismo le empezaba a causar rarezas. Quisiera ligarse a otra oración, añadir eternamente. El medio de las cosas. El verbo ser. La palabra 'es' definía, estancaba y prendía todo lo que no debería ser en las estructuras sedimentarias del 'es'. El ser.
Se reía de esta supuesta unidad. Y se deshacía en humo. Disuelto en niebla, tal y como vampiro, se perdía totalmente por las brechas de su cuerpo real y organizado.

Escritor Ronie Von Rosa Martins (Brasil)
Hombre sentado fue traduzido por la profesora Cynthia Farina

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