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Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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lunes, 19 de enero de 2015

Un visión de la música vallenata

¡SON! …PEREGRINOS DE JUGLARÍA

Murmullos, resonancias, ecos, del Vallenato

Por: Jesús María Stapper

   La música vallenata a través del tiempo, de sus ritmos, de sus cantos, de sus angustias, de sus nostalgias, de sus viajes, de sus ecos, de sus plegarias, ocupa un lugar de privilegio en el contexto musical colombiano-latinoamericano-mundial. Una canción vallenata que perdura, vale más que un siglo de buenas esperanzas y siete milenios de inquebrantable fe. Ignoramos los colombianos las verdaderas dimensiones de lo que representa…. de sus repercusiones. La magia insospechada, la alucinación constante, el embrujo surreal, aparecen en las esquinas de la tarde, en los recodos de la noche, en los ojos de la madrugada…  cuando los búhos y las águilas repletas de insomnio, arman serenatas, para entusiasmar y ver una lágrima y una sonrisa del alba enamorada de Valledupar y sus sendas sonoras que van a la alta Guajira, que van hasta los extremos de Córdoba. Los versos y las historias cantadas y contadas emergen de los manantiales de la serranía y de las sabanas del norte colombiano. Hombres a  pie, vestidos de intemperie y de sentimientos ambulantes… de cotidianidades intrincadas, sueñan que van soñando por los caminos y los potreros y las calles donde el misterio es un cuento para vacilar y sentir de verdad. Van armados de versos emergentes… de historias espontáneas que nacen de sus voces dicientes de metáforas reminiscentes y esperanzadoras. Son hombres ubicados, en honroso pedestal, por los cestos ralos del tiempo… y les dicen: ¡juglares! Por el legado de perennidades incuestionables, con notas sinfónicas inmortales,  conforman un extraordinario: Mester de Juglaría Vallenata. 

   Edgardo Mendoza Guerra,  abogado de recia palabra: “voz de púlpito radial”, sacerdote “en ciernes” –todavía-,  periodista consumado,  parlador  asiduo de las emisoras del Valledupar -Radio Güatapurí-,  bohemio de mil trasnochos continuos -sin pestañear-,  connotado libador de “grand old parr”,  embriagado de tantas cosas, se baña en las aguas claras y frías que bajan de la sierra nevada y cual pez de fantasía, nada –de mentiras- en los ríos Güatapurí o Badillo o Cesar,  señor  que de vez en cuando  va en un programa-milagro:  “de regreso a casa”.  Es un súper bacán –gran amigo-, un investigador serio que se dio a la tarea de hablar con total acierto de algunos de los juglares: compositores de música vallenata, que perduran atrapando soles y lunas y se arropan de inmortalidades que destellan. El suyo es un trabajo de hondo aliento, de precisiones establecidas, de conocimientos adquiridos, de amor sentido por su folclor y su legado, que con estrategia ponderada reconoce los valores de su gente cesarense, así es el contenido de su obra compilada y escrita: Crónicas Vallenatas. 

   Nos enseña Edgardo, en Crónicas Vallenatas,  que un acordeón ejecutado con maestría tiene alma y habla con sus voces sonoras, rítmicas, melancólicas. Los versos  del  vallenato caminan augustos y venturosos entre tinieblas, crepúsculos y auroras…  y superan huracanes, tormentas y también el olvido. Un ¡son vallenato! va de paseo como un prodigio mañanero sobre el lomo de los vientos. Nos dice con referencia al hombre del Cesar: -“No somos propiamente hombres de mar, sino de ríos, manantiales y cerros”. En Valledupar se escuchan los cantos milenarios de la sierra nevada… y en sus melodías tribales surgieron las voces peregrinas, que mantienen vivos sus pesares y los retazos añorados de sus tantos amores.

  Cuando se habla de “juglares del vallenato”, sin duda, saltan a la palestra muchos nombres. Unos compositores ambulan en la senda  legendaria de Francisco ‘El Hombre’, arquetipo del juglar vallenato. Primer juglar que derrotó al diablo, en disputa con sus acordeones, en un ‘mano a mano’ sin testigos, sucedido a campo traviesa en la majestad de la penumbra nocturna. En la leyenda, este ser mitológico con  cuerpo de hombre de verdad es  Francisco Moscote (Machobayo, Guajira), también dicen que es Francisco ‘Pacho’ Rada (Plato, Magdalena), creador del ¡Son!, un ritmo vallenato. Los otros ritmos vallenatos son el paseo, el merengue y la puya.  Según especialistas, ésta es la génesis de la música vallenata. Otros juglares “emulan” al inolvidable Rafael Escalona (Patillal, Cesar) y “reinventan” en sus composiciones: nuevas ¡casas en el aire!  En el libro Crónicas Vallenatas de Edgardo Mendoza, entre tantos juglares, aparecen con su vida y su obra: Gustavo Gutiérrez,  Sergio Moya Molina, Marciano Martínez,  Wicho Sánchez, Rosendo Romero, Andrés ‘El Turco’ Gil, Fernando Meneses, Beto Murgas,  Daniel Celedón, Isaac ‘Tijito’ Carrillo, Mateo Torres, Santander Durán Escalona, Ovidio Granados. Algunos juglares con “talante de mito” no figuran en la fama sino en los recuerdos y en las canciones que jamás se olvidan. 

   La “trilogía”: compositores, músicos, cantantes, redimen este folclor que suena y resuena en los destinos de los cuatro puntos cardinales que nacen en cualquier esquina de un Universo llamado Región Caribe. Una parranda vallenata “se arma”, a pleno sol, en la primavera del sueño, bajo las enramadas insomnes de un Pueblo bullicioso y alegre por demás. Las resonancias son escritas con letras febriles por los instrumentos legendarios: caja, guacharaca, acordeón. Crónicas Vallenatas condensa las notas sobresalientes que vieron la luz pública y sus ecos no se desvanecen, se multiplican, vuelan revelando sentimientos… y tiempos idos.

   Destaca Edgardo Mendoza en su obra Crónicas Vallenatas, algunos versos, algunas melodías de los juglares en mención. Gustavo Gutiérrez que tiene un “corazón martirizado” y en el instante ofrenda: tú bien sabes, que nadie puede quererte como te quiero, si quieres me abro el pecho, y en mil pedazos te entrego el alma. Sergio Moya Molina que tiene una “mujer celosa” canta: cuando salga de mi casa, y me demore por la calle no te preocupes Anita.  Y si acaso no regreso por la tarde, volveré al otro día en la mañanita. Si me encuentro alguna amiga, yo le digo que la quiero. Todos esos son amores pasajeros,  y a mi casa vuelvo siempre completito. Marciano Martínez pregona: te quise con el alma, bien sabes, que amarte más no pude, volaste con rumbo hacia la nube más alta, ya no pude alcanzarte. Hoy cuando de la nube te bajas, ya es demasiado tarde. Rosendo Romero guarda la queja del poeta: ese que escribe versos, repletos de verano, estando en primavera, ese soy yo. Ese que escribe versos, que casi no saluda, que siempre está en la luna, ese soy yo. Fernando Meneses vive sufridos “momentos de amor”: como nos duele, cuando sabemos que el ser amado nos quiere, pero hay razones que le impiden y no pueden, demostrarnos que nuestros son sus quereres. Y es delicioso, cuando te sientes muy cerca de esa persona, cuando respiras el mismo aliento y su aroma, y entre sus pechos tú duermes sueños de aurora. Recorrer cada página del libro de Edgardo Mendoza Guerra cuyo título es Crónicas Vallenatas es penetrar en la sala iluminada de la música vallenata donde los sueños se despiertan con las notas de los acordeones que trepidan y los hombres sonríen y lloran porque saben tanto de amores como de desamores… y en sus almas llevan lo extenso y perdurable de sus cuitas y de sus triunfos.

Bogotá D.C. Colombia – Sudamérica
Enero 17 de 2015

1 comentario:

Anónimo dijo...

el escritor cachirense del norte de santander, jesus maria stapper, homenajea muy excelentemente con un sentido poetico a el vallenato, evocando a los juglares, a los compositores, a los que se inspiran para crear sus canciones, sus ritmos, con el acordeon y con el alma y el corazon, porque no expire un folclor, que ha cambiado mucho, en nuestros tiempos, desafortunadamente