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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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domingo, 31 de agosto de 2014

Trabajos que llegan a La Urraka

Recordando al maestro Héctor Rojas Herazo y su patio

Por Francisco Atencia

En verdad no puedo asegurar que cuando un hombre es superior al tiempo que le toca vivir, esto sea una virtud o una desgracia, para él y para sus contemporáneos. Pero  tampoco es menos cierto el hecho de que grandes hombres (de la vida artística, filosófica, humanista, y muchos otros frentes), que fueron ignorados en su época, debieron ser valorados y engrandecidos a posteriori por la misma fuerza de sus legados, cuando los ingenuos sectarios del ocultismo no pudieron alcanzarlos con lo nefasto de sus comentarios mal intencionados. Más, cuando la razón, se encarga de hacer que se caigan los velos que la ingratitud ha dejado en los ojos del conglomerado social que los circundó y el que los precedió en cuestiones del arte. Ejemplos de esta desidia colectiva, han sido hombres importantes para la historia como: Miguel de Cervantes Saavedra, Sócrates, Juancho Polo Maestre, Moravia, Roberto Bolaños y muchos otros. 

Siempre he sostenido que Héctor Rojas Herazo fue más grande que su tiempo, y por lo tanto, tendremos que esperar a que otro tiempo transcurra para que se le dé el valor inconmensurable que realmente tuvo y el que, cada día, va adquiriendo su obra múltiple. Por esa razón, podemos afirmar, que no es casual, ni debe alarmarnos, el hecho de que en el propio pueblo donde naciera este magnate de las letras y el pensamiento filosófico, se desconozca, casi por completo, su obra poética, cuentística, novelística y pictórica, así como su gran obra periodística. Tampoco es casual que en la inauguración de la nueva casa de la cultura, de Santiago de Tolú, se haya escogido el nombre apócrifo de “Brisas de diciembre” y que la mayoría de las personas, por ignorancia, se haya resistido a que se le denominara Casa de la cultura “Héctor Rojas Herazo”, como se había llamado con antelación. Quienes así pensaron aducían que el Maestro se había marchado de su tierra y que nunca más había vuelto. Pienso que al demiurgo del Caribe quien proyectó su obra hacia el mundo, lo confunden con cierto personaje del mismo pueblo quien dijera, quizás con mucha razón: “que se iba de Tolú, y que no volvería jamás”. algunos asegura que al salir, sacudió hasta la arena que llevaba en sus zapatos. También se evidencia que los toludeños desconocen la  obra rojaheraciana y por eso dicen que nunca volvió al terruño que lo vio nacer. Pero, quien haya leído las novelas: Respirando el verano, En noviembre llega el arzobispo y Celia se pudre; se da cuenta que eso no es así y que, lo que él dice en sus entrevistas cuando le preguntan que ¿porqué se marchó de Tolú y no volvió?, es algo que tiene razón de ser: “Cómo así que yo no he vuelto a Tolú? Si es todo lo contrario Yo nunca me he ido de allá; otra cosa es que usted no haya leído mis libros.” Ciertamente, quien haya leído los trabajos del Maestro, sabe que todo el tiempo ha vivido en su pueblo y permanece en él, y lo que es mejor, permanecerá  a través de los tiempos, en el patio enduendado donde, de niño, forjó su propio mundo.

En la villa coronada de Santiago el Mayor de Tolú, en la calle 14 con carrera 3° estuvo una casa construida en tabla con techo de zinc colonial, con pequeños balconcitos y ventanas verdes que arrancaban desde el piso hasta una altura, aproximada, de un metro con cincuenta centímetros. En ella dio sus primeros gritos de guerra, en el año de 1921, y, en el mes de agosto, el gran hombre del Caribe. Quien pusiera en alto las letras hispanoamericanas a nivel del mundo. Este personaje ignorado y atajado por la envidia, la maldad y el odio gratuito de sus detractores, fue bautizado en la iglesia de su pueblo natal, (Santiago de Tolú, ese que en sus obras se denomina “Cedrón”), el 6 de octubre de ese mismo año, con el nombre de Héctor Rafael Rojas Herazo; hijo de Juan Emilio Rojas: un inmigrante; con una nativa: Blanca Herazo. (Hermana del gran Eneas Herazo, combatiente en la guerra de los mil días, al lado de los liberales.) Como lo demuestra su fenotipo: Hombre corpulento, nariz recta, piel blanca, cabellos lacios y mirada austral, amable y bondadoso. En ese sitio se alza una casa de mampostería con techo vaciado y pretil alto, como muestra de una especie de colonización económica, por parte de  personas del interior del país, quienes han ido desplazando al nativo de sus propiedades para montar sus negocios de distintas índoles. Cuando llegué a tener uso de razón, esa casa, donde naciera el Maestro, ya le pertenecía a Don Nicolás Rodríguez a quien los ociosos de la época nombraban con el mote de: “Gavilán triste”.

A dos cuadras de la casa donde nació Rojas Herazo, se encuentra el patio embrujado de la casa donde vivió Celia. En esa casa y en ese patio fue donde él vivió, jugó, cantó, defecó, sufrió grandes sustos y experimentó grandes alegrías y se conoció con los “Emires de oriente y el enano cabezón”. Fue este patio el espacio primigenio del escritor, el pintor y el columnista ejemplar, el cual, le proporcionó los primeros datos del mundo fantástico que le tocaría desarrollar en su quehacer artístico y lo preparó para ser grande. Ahí, en ese patio, construyó sus grandes trincheras contra el miedo (El miedo de la infancia, el que nos hace acomodarnos en el tiempo y en el espacio de nuestra niñez y nos marca para siempre). Todo lo que aprendamos allí, será lo que pondremos en evidencia durante el transcurso de nuestras vidas. (Decía el mismo escritor) Por tal razón, y con mucho acierto, Rojas decía que él era de un patio. Es ese patio que aún persiste. Está ahí, detrás del palacio de Gobierno, en Santiago de Tolú, donde en épocas remotas,   se encontrara el convento de Los dominicos. Pero ya han desaparecido los duendes, las brujas y todos aquellos espantos que fueron el mundo de nuestro artista. O, es posible que los duendes todavía estén ahí, pero, se dice que han desaparecido porque ya nadie los ve. No hay, en ese patio, niños que sean capaces de crear un  entorno  fantástico como el que crearon, el demiurgo del Caribe y sus contemporáneos: primos y vecinos, quienes jugaban con él y se embadurnaban de tizne y cenizas que quedaban de las basuras  incineradas por las personas mayores. Pero este jovencito era tan amante de los patios, que acudía donde el primo, Pedro Crizologo González Herazo, a jugar con él y a cambiar, momentáneamente, de escenarios para el desarrollo de sus fantasías.

Héctor Rojas fue hijo único varón. Tuvo que viajar a Cartagena cuando su abuela murió, y, sus padres, (de los cuales no se ha hablado mucho, y no es tanto lo que se conoce de Juan E Rojas, su padre), se lo llevaron a vivir a Cartagena para que iniciara allí sus estudios, los que él decidiera abandonar mas tarde, para seguirse ilustrándose por su propia cuenta y riesgo. Este traslado le sirvió de mucho porque, parece ser una constante que, todos los grandes hombres y mujeres, para poder surgir en el desempeño de sus inclinaciones, han debido ausentarse de sus lugares de nacimiento; algo que ocurre y se da  porque el ser humano no es capaz de valorar lo que es propio y siempre lo ve como algo natural, sin ninguna trascendencia.

En el patio legendario de Rojas existen todavía dos elementos que lo regentan y que se resisten a desaparecer. Están erguidos como esperando a que el jovencito de rizos sobre la frente vuelva a aparecer para seguir cobijándolo en su humanidad y defendiéndolo de duendes y espantos: un árbol de tamarindo que mece sus frondas al compás de los vientos alisios y un pozo artesiano donde, en noches de calor intenso, se baña el enano cabezón y los emires que vienen de oriente a celebrar el día de Pascua, y que se quedan embobados al contemplar aquel paraje de tantas historias habidas y por haber, buscando por los rincones al otrora compañero de batallas en aquel espacio encantado de la costa Caribe colombiana.

Rojas Herazo no era un hombre común. Era uno de esos seres que nacen cada determinado tiempo con una mente adelantada y un cerebro prodigioso para cambiar la cotidianidad del entorno que los vio llegar y hacerlo trascender mucho más allá de sus fronteras. Son tan grandes que deben, condición si ne quano, crear su propio mundo para poder vivir y desarrollar su talento. No es casual que el mundo en el que se movió lleve el nombre emblemático de “Cedrón”; habitado por seres fantásticos, como venidos de otro planeta. Esto es lo que lleva a las personas “normales” a no entender nada de lo que estos seres extraordinarios hacen. Nadie en su terruño daba crédito a Juan Rulfo, cuando en su obra maestra hizo conversar a los muertos; ni que Remedios la Bella pudiese ascender al cielo, en cuerpo y alma. Tampoco creyeron los habitantes de las playas del golfo de Morrosquillo, que los emires de oriente vinieran a compartir espacio con Héctor en las noches de su infancia ni que pudiera existir en ese espacio, un mundo de Reyes y Duquesas duendes y fantasmas.

Rojas se bebía el mar en sus tardes de infancia, mientras que en los lugares más recónditos de su memoria, iba acumulando vivencias y la idiosincrasia de su pueblo natal, guiado por personas duchas en tradición oral y capitaneado por Celia, quien era un mar de sabiduría. Tanto sabía Celia, que fue capaz de calcular el tiempo de duración de su casa. Dijo, con antelación, que esta solo se derrumbaría cuando ella se encontrara descansando en su última morada, y así sucedió en realidad. Fue esta abuela la que le enseñó a conocer la magia del Caribe y las distintas facetas de las personas de su tiempo, de las cuales, hablara en su edad adulta: “A ese que va pasando no lo tengas con una sola mano, lleva dos muertos entre pecho y espalda” Yo veía pasar el crimen. “A esa no te le acerques, porque es capaz de destruir una montaña con su lengua” Yo veía pasar la calumnia. (Señales y garabatos del habitante)  Y así, se fue nutriendo ese mundo maravilloso que nosotros conocemos en obras como: En noviembre llega el Arzobispo; Respirando el verano; Celia se pudre, Las Ulceras de Adán, Señales y garabatos del habitante, entre otras. Todos estos trabajos llevarán a que Rojas no sea olvidado en el mundo de las letras y, a que se le reconozca el verdadero valor que ha tenido y el gran aporte hecho a la humanidad, con su pensamiento y su quehacer artístico permanente, los cuales deben ser conocido por las nuevas generaciones.
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  R,H, Héctor; Señales Y Garabatos del Habitante,2° Ed., UES, 2002,pag.240



En este lugar de la calle 14 con carrera 3 esquina, en Santiago de Tolú, en el departamento de Sucre; donde se encuentra esta casa de mampostería, estuvo ubicada la casa donde naciera uno de los más grandes hombres de letras del Caribe Colombiano: Héctor Rafael Rojas Herazo, en el año de 1921.

Esta es la misma casa de arriba con una vista más amplia, situada en el lugar donde estuvo la casa donde nació Rojas Herazo.

Como el padre de Rojas era inmigrante y se marchó a Cartagena llevándoselo a él siendo su  único hijo varón, el apellido no prosperó en Tolú, como si creció el apellido Herazo porque la mamá era nativa y tuvo muchos hermanos y hermanas.


Esta casa de palma y bahareque, es la casa de Celia; detrás se encuentra el patio enduendado del Maestro
Héctor Rojas Herazo, al lado de lo que, en ese entonces, se denominó: La consistorial o Palacio de Gobierno (ahora remodelado). Delante están los arboles de almendras y de uva de playa. Al fondo de la calle está el mar y en la margen izquierda se visualiza la imponente construcción de Leocadio Mendieta, personaje de En Noviembre llega el Arzobispo.

Francisco Atencia, escritor y poeta (Colombia)

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