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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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domingo, 7 de julio de 2013

Lo onírico en La Urraka


No duermo en Cali

      Para mi abuelo que me salvó de una pesadilla.
      No duermo en Cali ni por el putas de Aguadas.

      Antes de empezar, Cali es una ciudad de Colombia, para los que no saben y van a leer la historia y, Aguadas es un pueblo del departamento de Caldas.

      Yo tampoco me creería la historia que les voy a relatar, es tan inverosímil que ni él más crédulo en el más allá de este planeta, más allá de la vida o más allá de los sueños, me lo va a creer, pero aquellos que tengan la curiosidad por las historias increíbles, los invito a que se detengan y lean este relato, si no creen, no se preocupen, que yo tampoco me la estoy creyendo hoy, después de veinte años que sucedió, pero aún en las noches, abro bien los ojos esperando a ver si  vuelve.

      Igual que la mayoría, duermo en las noches y los sueños llegan por montones, en colores o en blanco y negro, tranquilos, revolcados, confusos, claros, amor, sexo y mundo, sobre todo de mundo.

      Una noche sentí, dormida por supuesto, que se corrió la silla que hay al lado del escritorio, situado al lado de mi cama, volteé la cabeza, pensando que estaba despierta, pues en ese momento la visión era muy real, y lo vi, ahí acomodando la silla para sentarse, era un hombre, nunca le vi la cara, tenía la cabeza gacha, llevaba un sombrero de ala ancha que le cubría gran parte de su rostro y una capa igual de oscura, realmente puedo decir que solo vi parte de sus delgados labios. Cuando me daba cuenta de su presencia, empezaba a moverme con fuerza, puedo decir, descomunal, era un sueño y en ellos puede ocurrir de todo. Respiraba fuerte, corría donde mi hermana, igual que si estuviera despierta, era la sensación, y le decía que me despertara, que a mi lado tenía un hombre sentado en mi silla. Mi hermana, como si me escuchara, se levantaba, me despertaba y me decía que tenía la respiración agitada y, eso le hacía creer que yo tenía una pesadilla. Así pasaba dos días por semana, a veces a diario, lo cierto es que esa pesadilla duró más o menos un meses hasta que mi hermana me invitó a Cali.

En Cali

      Llegué a Cali un veintiséis de diciembre con una de mis hermanas, quien me invitó a pasar con su esposo y su hijo una temporada, pero yo iba directo a disfrutar de la feria y alejarme de la pesadilla, nadie entendía qué pasaba; mi hermana por supuesto solo iba de paseo, pues el niño estaba muy pequeño y tampoco era rumbera, pero yo sí que disfrutaba de las orquestas de salsa.

      Un día antes de volver a Medellín, quise acostarme temprano, recuperarme de todos esos días de fiesta y así poder volver relajada a trabajar.

      Era el 5 de enero, dos de la madrugada, dormida, pensando por supuesto  que estaba despierta, cuando de repente entró el mismo hombre de sombrero de ala ancha, capa oscura; corrió una mecedora al lado de mi cama y me dijo con voz burlona:  y hoy quién te va a despertar. Empecé a agitarme igual que lo hacía antes de diciembre, no les había dicho que lo dejé de ver a finales de noviembre. Me levanté como un resorte y salí a despertar a mi hermana al segundo piso, pero me di cuenta de que a esa distancia ella no iba a escuchar mi agitada respiración, y tenía que tener ese detalle presente,  que yo no estaba despierta, solo que la sensación era la misma de noviembre, pensando que lo estaba.

      A golpes empecé a tumbar literalmente la puerta de la habitación de mi hermana y su esposo, le gritaba que bajara a despertarme, pues tenía una pesadilla en el primer piso, pero lógico, no me escuchó, ella no estaba cerca, ni mucho menos escuchaba mi respiración agitada, así que cuando me di cuenta de que no me iba a despertar, decidí salir corriendo a la calle, vi mucha gente, había fiesta, no era la feria, ya había acabado, pero al otro día era día de reyes, y la gente estaba como decimos en Colombia, rematando diciembre, pues para los que no sepan, en Colombia seguimos el año hasta el 6 de enero que sería 36 de diciembre, 37 y, el ocho de enero, se vuelve a trabajar, otros se van a la normalidad de sus tareas el 10 de enero.

      Les estaba contando que salí corriendo a la calle y como en los sueños pasa de todo, empecé a tocar a la gente para que fueran en mi ayuda, unos me decían, yo no puedo, también estoy soñando, otros no me miraban, ni me escuchaban, esos estaban realmente en la calle, pensaba yo, así que vi venir a mi abuelo, cumpliendo noventa años, sin el bastón, igual que era él, sano, alto, espiritualmente un hombre muy limpio de corazón, me abrazó y me dijo que él sí estaba en mi sueño y que me iba a ayudar. Entró al cuarto donde estaba dormida, cogió al tipo del sombrero de ala ancha y capa oscura, fuerte de la mano y lo arrastró hasta el infinito, mientras me decía que ese jamás me iba a volver a molestar, que lo llevaría a la parte más profunda de los sueños donde estaba la oscuridad de las pesadillas, ¡y te lo dejo aquí en Cali!, me decía mi abuelo, para que no te persiga de vuelta a Medellín. Mientras mi abuelo lo arrastraba, él me gritaba, ¡si vuelves a Cali, aquí te dejo dormida para siempre! Ahora entienden ¿por qué no me quedo a dormir en Cali? Aunque perfectamente sé que en cualquier lugar del mundo, un día, cualquier día, dormiré para siempre, pero que no sea en Cali.

Escritora y poeta Irene Ángel Agudelo (Colombia)

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