Troncos, cuerpos, ramas en sacrificio
Troncos, cuerpos, ramas en sacrificio
somos en un río sediento.
Agua de orgullo, nuestro orgullo, que apaga
su cascada de relámpagos entre su follaje.
Y cada noche bebemos el incendio.
Esa historia que inventamos
y reinventamos con nuestros besos.
Esos rescoldos que nos llaman a cada instante
y nos dicen del retorno.
La garganta social es lluvia insepulta,
pero estamos dispuesto a la oscuridad de esa tormenta.
Ciegos, casi ciegos penetramos el laberinto
de un espacio ambiguo, denso, muy denso,
y una canción nos dice que estamos despiertos,
que no es sueño el sueño de los besos.
Pero cómo duele soñar el sueño.
En tus cabellos nacen pájaros,
nacen mariposas y perfumes europeos,
nace la vida y la memoria del murciélago.
Y yo, extasiado, miro la fiesta de tus ojos
en las aguas sedientas,
en las aguas de escarchado arco iris.
Cae tu cabeza sobre mis ramas
y mi corteza arroja las mieles de su dragón niño,
el aullido de un país en brasas.
Juntos, podemos naufragar, juntos,
y alimentarnos tan sólo de movimientos.
Juntos, podemos quemar las hojas
de cualquier huracán propenso.
Juntos, pondremos el signo de un árbol en incendio
bajo el crepúsculo,
por si acaso, otro barco ancla sus recuerdos
en estos ojos que no son del tiempo,
sino de un amor oscuro y tierno.
Escritor y poeta Alberto Falcón Zamudio (México)
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